Opinión

La profecía de Ceca

Estaba en la barra del Frade pensativo. A veces no se te ocurre nada sobre qué escribir. Y estaba preocupado. De pronto, un bebedor anónimo a mi lado me dijo: “Escriba sobre esto. Hoy se cumplen veinticinco años del día más triste”. Le miré sorprendido y añadió: “Lo tengo grabado en mi mente, era el 14 de mayo de 1994, y yo lloré como un niño”. De inmediato recordé aquel día tan triste. Toda A Coruña lloró. Lloraron las ancianas coruñesas que habían adoptado a aquel futbolista joven, inocente, nacido en Brasil, Bebeto.

La bestia del insomnio se cebó en las ciudades. Cuentan que se acabaron todos los ansiolíticos en las farmacias. Nunca hubo tanto silencio en los garitos ni en las calles de esta tierra.

Hermano lector, la jugada está en el imaginario colectivo de varias generaciones. Ya sabes, el Deportivo necesitaba ganar el partido para ser campeón de Liga. El locutor la narró así: “Estamos en el minuto ochenta y nueve, todo parece consumado, la Liga está perdida, el Depor no será campeón. ¡Atención, atención!, balón para Bebeto. Este cede a Nando que se interna en el área”. Ahí la voz del locutor se hace pastosa. “Atención, Nando cae zancadilleado en el área. ¡Penalti, penalti! El árbitro no lo duda y decreta la pena máxima, treinta segundos para que acabe el partido…”

No hace tanto volví a ver al guardameta González. El que justo un día como hoy de hace veinticinco años fue el protagonista de la historia más triste del fútbol gallego al detener el penalti. Mira tú. Los abuelos de González eran de Verín, de la zona de Feces, de aquella generación que emigró al País Vasco en los años sesenta. Algunos veranos solía acercarse a la casa de sus antepasados. González era un portero digno que conocía los banquillos de los equipos en que jugó. En el Valencia era suplente, por lesiones fue el portero titular.

Alguna vez di con él allá en la “raia”. Yo le abordaba para que me contase de aquel penalti que detuvo y nos estremeció a todos los aficionados. “No me vengas con eso, ha pasado mucho tiempo”. Pero yo le insistía: “Cuando el serbio colocó la pelota en el punto de penalti tú sabías ya que lo ibas a parar”. Ante mi acoso accedió de mala gana. “Mira, la verdad es que estoy muy avergonzado de mis aspavientos y saltos de alegría en medio de aquella tristeza general”. “Buena prima tendríais”. “Sí, pero no quiero hablar de eso…”

Ayer en el ordenador he vuelto a ver un puñado de veces aquel penalti histórico que erró el serbio. ¿Recuerdas? Nadie quiso tirarlo. Todos huyeron. Como si nadie quisiera ser el héroe que cantarían los bardos. Ay, Bebeto era el hombre pero se escondió como un niño asustado. Un silencio como el del juicio final en el valle de Josafat cubrió Riazor. El locutor narra: “Barullo en las filas deportivistas, no está Donato en el campo. Hay confusión… Atención, atención, por fin toma el balón con las manos Djukic. Menos de treinta segundos para terminar el partido. Aquí se decide la Liga. Coloca el balón. Queridos oyentes, vivimos un momento histórico. Allá va el serbio…”

(Veo el pánico en los ojos de Djukic aquella tarde terrible. Seguro no leyó el poema “Yo echo tu puerta abajo,/ yo entro en tu vida”. No le vi apretar los dientes con fuerza. Ay, corre la leyenda de que cuando iba a tirarlo, un jugador del Valencia le escupió al oído: “Qué haces tú en este campo cuando tu país está en llamas…” Y era cierto. Un día el también “raioto” entrenador Rodríguez Vaz, que lo fue del Deportivo, muy unido a ese club, me dijo: “Sí, era cierto, Djukic y otros jugadores balcánicos estaban muy apesadumbrados aquellos días, no cesaban de llamarse”.

Recuerdo que en nuestra tertulia hablamos mucho de esta jugada. El contertulio psiquiatra se atrevió a reflexionar en términos psicoanalíticos. “A veces el inconsciente nos juega muchas malas pasadas. Pudo suceder que el inconsciente del jugador lo traicionase y justo en el momento decisivo le enviase un mensaje paralizante: ‘Si mi país hoy está lleno de cadáveres, yo no puedo hacer feliz a esta gente…”

Bueno, lector, no son más que impresiones de un psiquiatra. Pero hubo más en el lado oculto de esta jugada fatal. Lo recordó el otro día el periodista Cudeiro. Ya sabes, los balcánicos tienen mucha fe en sus antepasados. Hubo un presagio, lo que contó es verídico. Ese día, 14 de mayo de 1994, cuando el jugador salía de casa para concentrarse con el equipo, justo en la puerta, su mujer Ceca lo detuvo. Sólo le dijo: “Miroslav, por favor, si hay un penalti no lo tires”.)

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