Opinión

El látigo del negrero

Lunes, 13 de julio
El actor guineano nos trajo el sonido del tamtam de la selva más recóndita y golpeó nuestras mentes abotargadas que piensan que la felicidad sólo es comprar. Cuando su abuelo le dio las bendiciones para su largo viaje a Europa, primero tocó los bongos, después convocó a los espíritus benévolos para que lo acompañaran en el viaje, le abrazó y le dijo: “En tu viaje mantén la disciplina como un soldado valeroso de nuestra tribu. Has entrado conmigo en la selva a buscar alimentos y a cazar. Ya sabes que los animales sólo matan para comer y que únicamente el hombre busca la guerra, mata y tortura. Recuerda que el león y el tigre huelen si te acompaña el miedo. Entonces estás perdido”.

Siempre me atrajo Guinea. Recuerdo que en el 84 colaboraba yo en la revista Ajoblanco. Con mi compañero fotógrafo fui a la embajada para pedir una especie de visado para entrar en el país. Lo recuerdo bien, un hombre negro cercano a los dos metros muy trajeado y pelo engominado, cuando vio nuestros carnets de prensa nos escupió: “El presidente no quiere que nadie vaya a husmear allí”. Cierto, dijo “husmear”. Qué jodido fulano, sólo le faltó darnos una patada en el trasero. Mira tú, Guinea, el único país de África en que todavía se alzan los edificios de arquitectura española y se habla nuestro idioma.

Ay, Guinea Ecuatorial, que fue una colonia tan española, siglos largos hasta 1969. Pero algo hicimos mal

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Así que este actor guineano de nombre Gorsy Edú, después de muchas penalidades, llegó a España y decidió que sería como su abuelo el brujo y se dedicaría a contar historias como él escuchó de niño. Su abuelo le enseñó a golpear los bongos y cajones para llamar a las almas de sus antepasados: “Sabía alejar las plagas y llamar a la lluvia en tiempos de sequía”. Gorsy no se olvidó de traer en su viaje los collares, los amuletos y las palabras mágicas que curan todas las heridas. El domingo representó su obra “El percusionista” dentro de la MITEU y nos dejó a todos conmocionados; ocurrió como si un espíritu benévolo entrase en cada uno de los que estábamos allí. La obra es su propia vida. Mejor dicho, la de su abuelo que era capaz de imitar uno a uno el canto y el aullido de todos los que habitan la selva.

Comenzó con un tamtam frenético, casi estremecedor que ya avisaba de que “cada abuelo es una biblioteca”. Ay, esta triste Europa donde las familias meten en casa perros y mascotas y envían a los abuelos a hospicios llenos de frío.

El actor fue desgranando las grandes verdades. Sonaba el tamtam y todos percibimos que el guineano iba siendo poseído por su abuelo, el brujo de la tribu. El teatro se convirtió en “la cabaña del pueblo”, la cabaña donde en su aldea se arreglan las cuitas y se llama a los muertos. El actor se convirtió en el oficiante de un rito liberador. Con naturalidad, poco a poco, nos hizo rezar a todos algo así como una plegaria y a veces cantamos con él las nanas que su madre le cantaba para que en su sueño no lo visitasen los terrores de la noche. Qué tío, nos hizo repetir palabras milenarias de su tribu que quizá nos ayuden a caminar por este sórdido mundo.

Ay, hermano lector, en África la vida es ritmo. El tambor suena sin interrupción, “bum bum”. Fue más lejos, nos recordó que no hace tanto los negreros acercaban sus barcos a la costa, después bajaban con sus fusiles y sus chillidos, entraban fieramente en las aldeas y arramplaban con los hombres y mujeres más jóvenes. Después, amontonados en las húmedas bodegas de los barcos, partían hacia los mercados esclavistas de Cuba y las costas de América. Cierto, amontonados en las bodegas, sin apenas beber en el largo viaje, cantaban canciones tristes, y allí justo en los camastros nació esa música tan bella que es el blues. Hubo un momento en que el percusionista nos hizo sentir el látigo del negrero.

Ay, Guinea Ecuatorial, que fue una colonia tan española, siglos largos hasta 1969. Pero algo hicimos mal. Ay, siempre lo hacemos mal con las colonias cuando las abandonamos. Parece como si echásemos a correr, ahí os quedáis. Recuerde el hermano lector aquellos últimos días tristes de la Marcha Verde en Sidi Ifni. Hoy es presidente un gran cabrón, Teodoro Obiang, quizás el más criminal de los caudillos de África. Dio un golpe de estado contra su tío Francisco Macías, llamado “el Tigre”. Lo ejecutó sin piedad. Obiang dijo que era el golpe de la libertad, pero desde entonces todo el que protesta o se opone tiene como destino la cárcel, el exilio o con mucha frecuencia el cementerio. Obiang mira hacia Francia y se va olvidando aquel dulce español que se hablaba en el país.

Así que Gorsy, recuerda, la hambruna anda suelta por tu hermosa tierra y vuelve a oírse algo así como el hiriente látigo del negrero. Venga, espabila pues y cuéntanos ahora el lado oscuro vergonzosamente dictatorial que hay en tu país. Allí hay petróleo, hermano. “Dicen que petróleo y sangre es una mala combinación”.

(A la salida del teatro, se me acerca Elba, una chica de larga melena y ojos soñadores: “Oiga, usted que escribe en los periódicos, ruéguele al alcalde que no abandone a su suerte a la MITEU. Tantos años y tantas obras”.)

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