Opinión

Leyendas urbanas

Lunes, 18 de enero

Escribo a Laura, la compañera de Yosi, para preguntarle cómo les va la vida. Me responde: “Mira si te tengo presente que he subrayado una frase que escribiste: ‘En esta ciudad no hay compasión”.

Martes, 19 de enero

Yo pensé que era una leyenda urbana, pero te juro, hermano, hermana, que dos personas me confirmaron que es verdad. Es más, uno afirmó ser muy amigo del protagonista de aquella orgía fatal.

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Eran los sesenta. Entonces, el cuartel de San Francisco albergaba un gran número de soldaditos que por las tardes inundaban los tugurios de la ciudad. Tiempos en que muchas familias tenían criadas muy mal pagadas que eran el objetivo de los militares allí en el Jardín del Posío. También era habitual que los soldados hicieran autostop para ir de permiso o de fin de semana.

Pero te cuento. Aquella tarde un soldado raso, novato y uniformado hacía autostop a la salida de Carballiño. No tardó mucho en detenerse un lujoso automóvil ocupado por tres chicas, que era evidente venían de una juerga. De inmediato, bajó una: “Soldadito español, sube aquí atrás entre nosotras dos, que vas a estar calentito”. Todo eran risas, una botella de whisky pasó de mano en mano. Al soldado le hicieron engullir un largo trago.

La leyenda dice que las ninfas de los bosques en ocasiones acosan a los hombres y pueden ser terribles. Pero no eran ninfas, sino tres jóvenes de familias muy importantes de la ciudad. El coche se desvió hacia un descampado. Imagínate al soldado, un joven reprimido como todos los de su generación. Ellas se mostraron muy atrevidas. Él se mostró dócil mientras, como en una ceremonia pagana, lo fueron desnudando lentamente. “Podrás con las tres, ¿verdad soldado?”.

Quien me cuenta la historia me dice: “El soldado hizo lo que pudo pero ellas se mostraron muy excitadas y voraces”. Cuando el soldado agotó sus últimas fuerzas, ellas se miraron entre sí. La más lanzada midió su verga: “No es gran cosa y queremos más”. Ay, quizás los nervios, la verga no se alzaba. Entre insultos y risas todo se salió de madre. Dos de ellas lo inmovilizaron. Él contempló asustado cómo la líder se acercaba con una tijera en las manos.

Lo dejaron inconsciente y sangrando a la puerta del hospital.

Dos días después pareció recuperarse. Denunció el caso. Una semana después falleció. Pero en aquellos años, los poderosos de la ciudad eran intocables.

(Quien me lo cuenta, el amigo del protagonista, tardó en saberlo, pero logró descubrir la identidad de una de las tres mujeres. “Lo único que he podido hacer es asediarla por teléfono. No te doy datos, hoy es una celebridad”.)

Jueves, 21 de enero

También dicen que es una leyenda urbana. Pues no. Yo lo he visto deambular solo, pálido, un espectro por la ciudad. Escurridizo, hablé pocas veces con él. Cierto que lo conocí en el Madrid de los buenos tiempos. Seguro que conoces el estribillo de su canción: “Me asomo a la ventana, eres la chica de ayer./ Jugando con las flores en mi jardín…”. Fijo que la has tarareado alguna vez.

Pues mira tú, allá en el 2008 quedó atrapado por esta ciudad infeliz. Influyó que su novia, diseñadora, trabajó un tiempo en una empresa textil de la ciudad.

Allá en el callejón me dijo: “Me gusta este Ourense crudo del que habló Blanco Amor. Ya leí, escribiste que es la ciudad que da más suicidas de Europa. Me gusta, aquí puedo pasar inadvertido, hay buenos camellos y mi olfato me dice que buena mercancía”. Antonio Vega ya arrastraba los males que acabaron con una gran parte de su generación. Nunca supe dónde vivía, tampoco Pastor, aquel fotógrafo y pintor que también estaba herido.

Mira que se vendieron discos suyos. Hasta Enrique Iglesias versionó su tema, que para muchos es el himno de la Movida. Siempre lo vi caminar deprisa tal si tuviese una cita con el diablo. Créeme, muchos días no tenía un euro, pero sabía buscarse la vida. Y como era famoso, le fiaban en el barrio duro. Y cuántos éxitos compuso: “El sitio de mi recreo”, “Se dejaba llevar”… Para esa droga “que sólo nombrarla es una ruina” nunca hay dinero suficiente.

Una tarde que andaba sin un duro, un veterano promotor ourensano le propuso un concierto en el viejo cine Xesteira, entonces algo así como un restaurante-espectáculo chino. Ya conté su final, hubo deudas y fue destrozado por la mafia china. Todo fue rápido, llamó a algunos colegas músicos, la sala se llenó atraída por sus éxitos, los dioses le ayudaron y el concierto no salió tan mal. Otra cosa fue lo que sucedió en el camerino y en el palco privado, los camareros aún recuerdan el gran desmadre.

La última vez que vi a Antonio Vega pensé: los espejos ya no le devuelven la imagen. Un día desapareció de la ciudad. Falleció pronto, en el 2009, en Madrid, en un hotel de segundo orden.

(A pesar de sus temas notables, Nacha Pop nunca fue mi banda favorita, un poco blandos y mucho marketing.

Ay, el tema de Antonio “Chica de ayer” parece tener una maldición. Los críticos no han hurgado demasiado, tal vez para no romper su leyenda de chico triste y solitario. No quiero profundizar. Por ejemplo, el crítico Víctor Lenore afirma haber descubierto que esa canción es el gran timo de la Movida. Cierto, un músico argentino de poco éxito llamado Piero grabó un año antes “La caza del bisonte”. Ayer la escuché. No quiero juzgar, pero hay riffs que parecen coincidir y sí, son sospechosos.

Pero siempre recordaré a Antonio como un buen compositor. Y como alguien que sabía que todo lo que había amado estaba perdido.)

Viernes, 22 de enero

Camus decía que hay que celebrar también las derrotas. Amigo Jácome, no hieras los corazones de los viejos artistas que aman su ciudad. Es como si lastimaras el alma de Auria. Ay, no incineres nuestra memoria. Ahora que celebramos a la Xeración Nós, cumple con entereza con el destino que nos marcaron e intenta que florezcan las artes y las letras. Cóbranos, si quieres, un millón de euros de tristeza por entrar al Museo, pero inténtalo, que nuestros mejores ayeres sean el ahora.

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