Opinión

Lo que no envejece

2018-09-02 ANGULO INVERSO Ilustr

Tenía la mirada errante del músico de jazz. Era un jazzman a tumba abierta. Ayer, de mi vieja agenda de bolsillo he borrado su nombre, otro nombre, qué menguada está. Ay, pienso en esta tarde triste de agosto: se van los buenos, aquí sólo quedamos los cabrones. Cierto, agosto siempre fue un mes fatal para los frágiles, para los trasgresores y para los jazzman que no suelen tener hábitos sanos. Les cuesta cuidar de sí mismos y les gusta caminar taciturnos por los callejones mal iluminados.

Te hablo de Cano, hermano lector, sin duda el mejor percusionista que ha dado esta extraña ciudad. Se nos fue inesperadamente. Alguien encontró su cuerpo tendido en su solitaria buhardilla. Qué elegancia personal tenía con las baquetas y las escobillas. Qué swing. Nunca se prodigó en los ‘solos’. En noches especiales lo hacía, siempre sin excederse: versos certeros que te golpeaban el alma.

Cano es pura historia de la música ourensana. Pero te cuento, hermano lector. Fui testigo de sus días de gloria allá en los 70 en Madrid. Era el percusionista de Massiel. El destino hizo que su apartamento estuviera en el mismo edificio en que se ubicaba la editorial Banda de Moebius en la que yo publicaba, allá en la inquietante calle Limón, pleno centro de la Movida.

Con frecuencia nos encontrábamos en la escalera. Como siempre iba con prisa, de aquí para allá, entre Europa y América. “Sabes, no duermo, esa bruja y el puñetero ‘La la la’ no salen de mi cabeza”. A veces le acompañé a la calle Leganitos, donde vivía Massiel. Justo frente a su casa había un local, ‘La Muiñeira’, de un gallego de Verín. Uf, ella entraba estrepitosa, era terrible, no paraba de hablar, engullía gin-tonics sin interrupción y siempre tenía problemas con sus novios. No se cortaba, a veces despachaba con insultos a quienes le pedían autógrafos. Cano me guiñaba: “Dile que por ahí la llaman la ‘tanqueta de Leganitos”. Se ponía hecha una fiera.

Algunos días íbamos juntos al ‘Whisky Jazz’, allá en la calle Diego de León. No nos perdíamos a Tete Montoliu, pero a Cano quien le fascinaba era su batería alemán, Peer Wyboris. Me decía: “Logra un sonido secreto que me sube por la vértebra”. Años después él y yo conversamos con Peer en el Café Latino. Cano le preguntó: “¿De dónde sacas ese ‘feeling’?” El alemán, ya anciano, dijo: “El estilo de un artista es su estilo de vida. Era el 45, yo tenía 5 años y caían las últimas bombas sobre Berlín. Yo corría asustado entre los escombros huyendo de aquellos rusos borrachos que no dejaron una mujer alemana sin violar. El jazz me ha salvado”.

Ah, nuestros mejores ‘ayeres’. Allá a finales de los 60 dos ‘conjuntos’ musicales de Ourense buscaban la gloria en Madrid. ‘Los Posters’, su batería era Cano. Y ‘Los Murciélagos’ de JC Vázquez que se atrevieron a grabar ‘Satisfaction’. Las ‘voces’, con su melosa cadencia galaica, atraparon a los yeyés madrileños. Los comienzos fueron duros. Pero las dos bandas lograron entrar en la prestigiosa cadena ‘Consulado’. En las primeras discotecas con jaulas, las inocentes minifalderas se contorsionaban eléctricas. La gloria estaba al alcance de la mano. Los carteles de ‘Los Posters’ y ‘Los Murciélagos’ comenzaban a lucirse en las avenidas de Madrid. Las chicas enfebrecidas los esperaban a la puerta de los camerinos. Todos tenían tres novias. Cano sabía que la gloria es fútil, y, solo, en el bar, parecía descifrar el oráculo de Delfos. En aquellos días Daniel Bouzo era el disc-jockey de Cleofás, la mejor sala de Madrid. Súbita, llegó la jodida morriña. Las cartas urgentes de las novias. Y el regreso.

Cierto, Ourense es una ciudad para el jazz. Cuántos músicos con duende han nacido en la ciudad. ‘Abuña jazz’, nuestra eterna esperanza ourensana. En los melancólicos ojos de Cano, danzó toda esa camada siempre un poco maldita. 

Cano. La vida te da repasos. Licor café. Allá al fondo del bar, tu mirada busca más allá del velo. Insomne, la hora del sueño se acerca con todos sus recuerdos. Un día te escuché: “Me gustan las partidas que parecen perdidas de antemano. Si las ganas sientes que realmente ha valido la pena. ¿De la soledad, me dices?: Muchos árboles crecen más alto en solitario”.

(Su percusión sonaba a alma de la ciudad. Humanamente hablando tenía un corazón noble y un ‘poso’ solitario. Entiéndeme, solitario solidario.

Los músicos de la ciudad me dan recado. Pronto habrá un homenaje. Ay, hermano, todo envejece. Lo que no envejece es la amistad).

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