Opinión

Maestros de alas negras

MIÉRCOLES, 6 DE ABRIL

El martes me invitaron los Amigos da República a una mesa redonda en el Liceo. Celebramos el día de la República, aquel esperanzador 14 de abril. La idea es recuperar la memoria histórica y hablar de los represaliados. Tenía gente muy sabia en la mesa: Luis Martínez Risco, Rosa Cid Galante y Xosé Manuel Cid. Moderó Xosé Lois, al que le pregunté: “¿En qué lengua hablo?” Me respondió: “Allá tú, pero si no hablas en gallego recibirás unas hostias”. Así que decidí mezclar gallego y castellano con lo que supuse sólo recibiría un tirón de orejas. A mí me tocó la enseñanza de aquellos años. Tengo que decirlo, los Amigos da República preparan estas cosas con mucho mimo y entusiasmo.

Así que tuve que hablar de aquel bachillerato que estudié, ya sabes, “sin novedad en el Alcázar mi general”. Quizás no fuera tan malo porque primaba la cultura del esfuerzo. Pero, cierto, todo tenía un perfume del general ferrolano. Después de pasar por “maestros de alas negras” en el colegio La Salle de Verín, respiré en la academia verinense de Jesús Taboada, tan cercano a la Xeración Nós. Cielo santo, di con mis huesos en el colegio falangista Calvo Sotelo, chaqueta azul con escudo en la solapa, allí sí me dieron de hostias. Después supe que era un vivero, casi todos becados, para crear líderes y fortalecer la Falange. Te cuento tal fue. Un día lluvioso del 62 escapé sin más, tomé el coche de línea. “Ya le pago al llegar”, le dije al revisor. “Allí no vuelvo, papá”. Yo ya tenía noticias de que el colegio Cisneros era más libre y festivo. Cómo es la vida, en aquel inolvidable colegio abrevaban camadas de jóvenes rechazados de otros centros, allí estábamos los más golfos de la ciudad, era la última alternativa para los padres. Hay que joderse, cómo es la enseñanza, a veces me reúno con exalumnos y es bien cierto que a todos les ha ido bien en la vida. Era una enseñanza laica, humanista y muy lejana al dicho “la letra con sangre entra”. Tenía que ser así. Allí estuvo de profesor y director Xaquín Lorenzo y un profesorado muy liberal. Allí nos daba clase el filósofo López Cid. Seguían la máxima machadiana: “Nuestra misión es devolver su dignidad de hombre al animal humano”, muy lejana al desguace de la educación con que hoy nos acosan. Pasé tres años felices de internado. Llegaba el profesor, la mayoría no tomaba lista. Baldomero Moreiras fue colega de estudios: “Venía apaleado de un colegio de Celanova, supe enseguida que aquel centro era mi sitio, aún recuerdo cuando el filósofo me mandó escribir en la pizarra ‘lo que amas perdura”. Las clases siempre estaban llenas, nos enseñaron, cómo te diría, encantándonos.

Pero nuestra mesa era sobre los represaliados. Me contó Xosé Manuel: “En la prisión de la isla de San Simón una mujer es condenada a muerte. Va y le dice al médico de la prisión: ‘Estoy embarazada, no pueden fusilarme’. El médico conmovido confirmó que estaba encinta. A lo largo de meses, sus compañeras le colocaban trapos en el vientre de modo que nadie desconfió. Pasaron ocho meses, las numerosas presas prepararon la escena en la celda, había que hacer algo, reunieron la sangre de la menstruación de algunas de ellas y todo sucedió como si hubiese tenido un aborto”.

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Ilustración de Alba Fernández

1939. Los falangistas mandan en el país, con frecuencia “pasean” a los simpatizantes del bando republicano. Tienen carta blanca. Sucedió en la prisión de Ourense. Los fulanos entran de madrugada con una lista de nombres, dicen: “Director, los vamos a cambiar de prisión”, el director no puede hacer nada. Una voz metálica “Todos al patio, desnudos o vestidos”. El falangista comenzaba lentamente: “Luis”. Los siete u ocho que se llaman así tiemblan. Un lapso y vuelve: “García”, y cuatro o cinco con este apellido se estremecen. Ay, en el exterior un camión ya repleto. Allá suben a culatazos cinco desgraciados.

Pero en nuestra vieja prisión sucedieron cosas que aún permanecen ocultas. Hubo carceleros que se hicieron ricos. Sabían a primera hora quiénes iban a subir al camión de la muerte. El fulano buscaba en los expedientes los presos de familia adinerada: “Estás en la lista de esta noche. ¿Tienes dinero?” Tembloroso el preso respondía: “Mi mujer tiene unos miles y objetos valiosos”. “Pues escríbele en este papel y te cambio por algún muerto de hambre de los que están aquí”.

(Ayer visioné en viejas imágenes de 1939, las extensas y caóticas filas de republicanos que huían por los nevados Pirineos hacia Francia. Qué mal los trataron allí. Recordé la cita latina: “Ay del vencido”. Entre ellos, con su hermano y de la mano de su madre, caminaba casi a rastras Antonio Machado.

Para aliviarme, visioné el documental olvidado de Xaquín Lorenzo y Antonio Román, “O carro e o home” que te recomiendo. Pero el canto del carro me dio recado: “No pongas en tus sienes el laurel, pon el olivo./ No me hables de victoria, háblame de paz).

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