Opinión

Maldita canción

A veces la vida te da cartas muy bajas. Otras, sucede que los hados te dan un día feliz. Hoy estaré en el festival que Luz organiza en Santiago a favor de Médicos sin Fronteras. Vendrá todo el mundo.

Ah, Luz. No hace tanto estuve con ella. Nos conocemos de los años 80, recién llegada a Madrid de hacer coros con Juan Pardo. Eran buenos tiempos, aunque muchos teníamos una cierta predisposición al abismo. Algo así como el desafío de conocer lo peor.

Ah Luz, cómo te diría, el fulgor de una luciérnaga. Cuando la vi sólo pude decir: “Ante ti estoy de nuevo fascinado”. Ella se rio.

No sé por qué vino a cuento aquella rara canción que nació con mal ‘fario’. Ella jamás la cantó en directo. La escribimos en su apartamento del parque de Berlín. Estábamos convencidos de que iba a ser una bomba, un número uno. Vamos, la Sociedad de Autores nos llenaría los bolsillos de pasta.

Mira si tuvo mal ‘fario’: el compositor de la música, Sergio Castillo, batería habitual de muchas estrellas falleció pronto en extrañas circunstancias.

Te cuento de la jodida canción. Una chica se pone su mejor visón, se maquilla tal cual una reina, sale con el corazón a tumba abierta. Dice que es su día feliz. Todos sospechamos que va al encuentro de un amor clandestino.

Pero no. Su cita favorita de los miércoles es con unos grandes almacenes. Ahí va. “Qué objeto más brillante;/ será mío en un instante./ Hasta el próximo miércoles, vigilante”.

Qué mentes más estrechas. Enseguida, los altos ejecutivos de la compañía discográfica pusieron el grito en el cielo. El director general fue tajante: “Es un canto a la cleptomanía, una directa invitación al robo”.

Y la puñetera canción que esperábamos nos llenara de gloria salió a duras penas, discreta y casi anónima en el álbum. La titularon "Cléptómana".

(Me preguntas cómo es Luz. Excúsame si digo alguna frase hecha. Es de esas mujeres que leen en el corazón de los hombres. El afortunado que la tenga en sus brazos ha de amarla más de la cuenta.

Los franceses, que la idolatran, dicen: “Sus canciones hay que escucharlas como las de Edith Piaf, con un vaso de absenta en la mano”.

En los 80 todavía tenía esos ojos que no saben qué es llorar. Después no se arredró cuando conoció las asépticas camillas de los quirófanos. El sufrimiento fue para ella una catarsis.)

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