Opinión

Medio gramo bien pesao

Vaya caña que me dieron mis colegas de tertulia en la última reunión. Me espetaron: “Venga, venga, que eres un blando y no te acercas al toro escribiendo”. Yo me defiendo como puedo. Pero mi contertulio, el pintor, me acosa: “Que no, Jaime, estás muy blando escribiendo. Espabila, recupera aquel periodista que se movía en el filo de la navaja en Madrid”.

Pienso, “me cago en tal, quizás tengan razón mis colegas”. Además, el profesor me dijo eso tan español “échale cojones”. Pues aquí estoy, frente a mi folio en blanco comiéndome la cabeza.

Así que allá voy. Enseguida localizo a Luis el Cabinas. Es un tipo astuto como la serpiente, que siempre me da pequeños sablazos y se busca la vida por ahí. Anda un poco enganchado al fumete y al crack, qué le vamos a hacer. Ahora son malos tiempos para él, las cabinas son ya historia. Qué tío, en treinta segundos saqueaba la de cualquier teléfono público.

Se lo propuse y se alegró como si le visitase el hada madrina. “Venga Luis, vamos juntos a dar una vuelta por el lado más oscuro de Ourense. Vamos al barrio duro, te invito a un par de papelas, pero subo contigo al piso donde se pilla y esas cosas”. Luis me mira y enseguida va a lo suyo. “Claro que sí, vienes conmigo, pero suéltame ya treinta eurazos”.

Ya vamos en el autobús que nos lleva arriba. Ah, ese barrio tan denostado pero tan lleno de buena gente. El autobús va a tope de amas de casa. Al fondo, tres fulanos pálidos y silenciosos. Son colegas de Luis, claro. “Decidme, ¿cuál es el piso donde hay mejor material?”. Bueno, lector, no te voy a dar esos datos. Última parada. En un pispás ya estamos caminando. Bueno, más que caminar volamos. Parecemos salir de aquel estribillo de Lou Reed: “26 dólares en la mano./ Hasta el 125 de Lexington./ Más muerto que vivo,/ estoy esperando a mi hombre”.

Pegado a mis nuevos colegas, subo por las escaleras de piedra. En un descansillo, una mujer desdentada pide un euro. Casi a la puerta del tercero izquierda, otra mujer, su piel tan blanca casi espanta: “Por diez euros, te haré sentir en el portal de Belén”. El Cabinas da unos golpes en la puerta. Abre un fulano delgado, muy delgado. Cómo es la vida. No te miento, hermano. Va el tío y me dice: “Te conozco de la foto del periódico y a veces leo tus cosas, sobre todo cuando cuentas tus andanzas por Madrid. Vaya golfo que has sido, cabronazo”. Me hace un guiño: “¿No te conozco de otras cosas? Pasad”.

Cómo se lo montan los camellos de hoy. Abres la puerta y detrás hay otra puerta enrejada a conciencia, y asoma el que te da la mercancía. Mira tú, los tiempos son otros. En los ochenta, pillabas tu “papela” y te largabas. Ahora no. Ahora sucede igual que en los míticos fumadores de opio de Shanghái. Conque entro y hay un par de habitaciones listas para que te sientes y fumes de tu “papela” tranquilo. Me siento con todos, al lado del Cabinas, que me dice: “Aquí tienes de todo, cerveza, tabaco, comida, papel de plata. Que sepas que, sobre todo a primero de mes, hay fulanos que se pasan aquí tres o cuatro días sin salir para nada a la calle. Tú a tu vicio, el resto lo pone la casa”. Escucho a un cliente: “Me faltan dos euros, ya te los daré”. En este negocio no hay compasión: “Lárgate, esto no es una ONG”.

Alguien comenta a mi lado: “Está todo muy feo en la calle, no hay manera de dar un tirón, las mujeres van muy abrazadas al bolso”.

Qué sorpresa, entra la chica desdentada que pedía en el descansillo. “Otro día trae billetes. Si vienes con tantas monedas, no te despacho”.

Allá al fondo, muy discreto, se sienta un tipo mayor, de esos que recorren la noche negra con rostro despavorido: “Tengo muchas tumbas en mi cementerio interior”. 

Sube una mujer, sus rasgos son de ama de casa: “Venga, despáchame pronto que tengo a mi nieto en el carrito a la puerta”. Ay, me recuerda aquella canción de los Stones: “Una ayudita para mamá”. Mira tú, la escribieron allá en el 66: “¡Doctor por favor, unas pocas más!/ Y al otro lado de la puerta toma cuatro más./ Y cuatro te ayudan a pasar la noche,/ te ayudan a soportar tu situación…”.

Cielo santo, ahí llega la nueva generación. El chico no llegará a los veinte. Le escupe arrogante al camello: “Colega, dame medio gramo bien pesado”.

(Luis ya está como una moto: “Nos vamos”. El camello en la puerta se despide: “Ya ves, están calentitos, los maderos no molestan. Y hasta tengo un botiquín”. Se ríe a carcajadas y me apunta con el dedo, como hacía Capone. Me advierte retador: “Si escribes algo, con ojo, amigo…”).

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