Opinión

Y mis amigos... ¿dónde estarán?

JUEVES, 17 DE MARZO

Te cuento mi viaje, hermano, hermana lectora. Allá me fui con el editor del periódico, Óscar, y Ana, su mujer. El tren por los pelos. Cuatro y media de la tarde, estación Empalme. El AVE. Mi primer viaje en este artefacto supersónico. Al subir, flashes de vagones de madera, tercera, soldados, olor a chorizo, hombres terrosos, mujeres con cestas y gallinas, el policía secreto y el tren eterno de largo recorrido. Llevaba tiempo sin pisar el asfalto de “el foro”, la ciudad a la que llegué a estudiar en los setenta y me cobijó largas décadas. Llegada a Chamartín ¿Dónde están aquellos hombres corpulentos con acento gallego que cargaban con tus maletas? Ay, aquel Madrid castizo de bármanes nativos “Al fondo, señores, al fondo”. La década de los ochenta a tumba abierta. Hotel Barceló. Temo entrar, ya no hay llaves y temo el exceso de tarjetas, pulse aquí, pulse allá, su puta madre. Imágenes de aquellos largos pasillos con olor a verdura, aquellas pensiones con la patrona siempre escudriñando.

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Ilustración: Alba Fernández

Que no se me vaya la olla, tengo que escribir de los conciertos. Los periódicos han agotado los calificativos, yo diré sólo: arrollador. Teníamos entrada de backstage de libre acceso. Sólo entré un instante, había un follón del carajo, músicos aquí y allá, tensión y la banda liderada por Tato lista para lanzarse a tumba abierta. Cómo te diría, parecían en estado de trance. Me dije, no es el momento, me voy, esperaré a mañana en el segundo concierto. Pero hermana, hermano lector, de los conciertos ya lo sabrás todo, así que te voy a contar algún secreto. Hay un músico en la banda, el bajista Tato Gómez, que es como un alma nueva para Miguel. Un chileno afincado en Colonia. Yo intimé con él allá en las giras del 83 y, cómo te diría, como si enviase soplos de luz al granadino. Tato conoce los secretos del Tíbet y ve mucho más allá que todos nosotros. De aquellas, me enseñó un mantra secreto de un monasterio tibetano que a lo largo de mi vida me ha hecho mucho bien. Sus ojos sabios me impresionaron cuando al encontrarnos le recité el mantra. Sonrió “Recuerdo cuando me decías ‘altura’, hoy veo a la gente como arrastrándose espiritualmente”. Me confiesa “Cuando llegué para poner este concierto en marcha, me encontré a Miguel y a todos los músicos muy ‘bajos’. A Miguel lo visitaban las dudas y me decía ‘Ya sabes, tengo muchos años, Tato. Créeme, he trabajado mucho y estoy exhausto”. Tato, después en el escenario, vestido con su gorro y su túnica sufí, casi se pegó a Miguel durante las largas horas de concierto. A veces, levantaba los brazos lentamente como dos alas que nos cubrían a todos los que estábamos allí.

 

Miguel, protegido por los aliados de la noche, estuvo poderoso, casi catártico. No era fácil, pero todo funcionó como las manecillas de un reloj suizo. No anduvo con muchas paparruchas Miguel. Conservó su rebeldía tenaz y comprometida de toda su carrera. Hubo un momento en que dijo “Estoy convencido de que en el mundo hay más gente buena que mala, pero ésta es mucho más poderosa”. Se tomó la licencia acertada de recitar un poema de su amigo García Montero, “Oración”, en la que el poeta pide caridad a quienes venden armas y a los que alimentan la guerra. Así que el concierto fue una celebración de la vida y una invitación a la esperanza. También la crónica sentimental del rock de este país, espíritus benevolentes parecían rondarnos a cada uno de los que estábamos allí. El segundo concierto, el del sábado, fue quizás más intenso y rotundo que el del día anterior. Al sonar las primeras notas de “Bienvenidos” hubo sorpresa, apareció Javier Bardem que con chupa de cuero y gesto salvaje cantó y bramó los primeros versos. El actor acababa de llegar de California sólo para el concierto “Tenía catorce años en el 83 y aquel Rock&Ríos en Vallecas marcó mi vida, como fuese, tenía que acudir”. Quizás “Banzai” fuese el tema más estremecedor de la noche. También “Reina de la noche” del gran Salva. La Stratocaster blanca de Javier Vargas nos rompió con sus riffs en “Un caballo llamado muerte”. Después, en los bises subieron Ariel Rot, Amaral, Carlos Tarque entre otros y el más amado, Rosendo Mercado con “Maneras de vivir”. La batería roja de Sergio Castillo la tocó un hijo de Narea, Carlos, con tan sólo dieciocho años. Ay, lo más conmovedor de la noche, cuando Laina y Jiménez de Topo entonaron con Miguel “Mis amigos con los que jugué ¿donde estarán? / Mis amigos con los que hice la revolución / Mis amigos en un presidio se aplastarán”. En la gran pantalla aparecieron los rostros de Sergio Castillo y Paco Palacios, miembros de la banda que ya no están con nosotros. Cielo santo, en la pantalla Pepe Risi y Antonio de los Burning. Ay, Manolo Tena, Pau Donés, Tino Casal, tantos. Justo ahí se incendiaron nuestros corazones.

(A la salida, llueve a cántaros, con suerte pillamos un taxi. El conductor, un fulano lleno de tatuajes, musculoso, cara de pocos amigos nos dice “¿Vienen de marcha? Mire mi brazo lleno de cicatrices y metralla, somos un pueblo sin tierra y estuve en primera línea en Kurdistán. Mala cosa la guerra. No me explico cómo andan de fiesta”. Tras el parabrisas, Ucrania nos mira entre lágrimas.)

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