Opinión

Mujeres con blues

Quizás sea un tópico o una herida, pero Luz tiene el aura misteriosa de Édith Piaf. Por eso en Francia la aman tanto
photo_camera Quizás sea un tópico o una herida, pero Luz tiene el aura misteriosa de Édith Piaf. Por eso en Francia la aman tanto

Miércoles, 25 de mayo

Cuánto me alegro. Vuelve Luz a los caminos con un disco grabado en directo que hizo con la Real Filharmonía de Galicia. Estoy viendo conmovido sus fotografías en El País Semanal. Ella dice que sus labios de rojo son como su rebeldía. Como un signo de que no se doblegará jamás a la injusticia.

Impresiona su rostro esculpido por sus triunfos y sus heridas. Por esa infancia intensa en que vio de todo allá entre Boimorto y Asturias. Mira tú, ella contó que su madre convivía con dos hombres en la casa, uno de ellos, su padre biológico. Quizás su canción más estremecedora es “Meu pai”. “Lo fui todo para él / lo más dulce, lo más cruel / iba en sus brazos yo / el resto quedaba atrás / Muchas veces le vi / lamiendo sus heridas”. Ella cuenta que tardó años en escribir esa letra que era como exorcizar los fantasmas que la pueblan.

Pero estaba hablando de sus fotos. Su rostro emana una extraña sabiduría. Casi duele ver estas fotos, su mirada que parece no reflejarse en el espejo. Ella se define como roquera pero yo sé que no es así. Yo la veo más cerca del blues. Nadie interpretó como ella su estremecedora “Piensa en mí”. Dice ella “La rebeldía la llevo en el ADN y puedo lidiar con casi todo”. Su respuesta me recuerda la cita de Bruce Springsteen “He caminado mucho y sé cómo funcionan las cosas”. Ay, Luz, recuerdo aquellos momentos felices en que caminábamos por un parque cercano a tu casa mientras a dúo íbamos construyendo la letra de una canción. Quizás sea un tópico o una herida, pero Luz tiene el aura misteriosa de Édith Piaf. Por eso en Francia la aman tanto y le llenan de premios y honores. Era el ochenta y tres. Aquella noche que llegaste a nuestro programa El Búho para promocionar “El ascensor”. No era un gran tema pero Paco Pérez Bryan, el director del programa, fascinado por su presencia le hizo una corta entrevista. Cómo es la vida, yo estaba allí en el instante en que se cruzaron los ojos y nació eso que llaman el amor a primera vista. Desde aquel día, han pasado muchos, muchos años, y no se han separado jamás.

Reconoce Luz “Tengo un cierto fatalismo, lo que tenga que ocurrir ocurrirá con mi voluntad a favor o en contra. Cierto es que el dolor, cuanto menos presente esté es mejor”. Ah, Luz “Marcar a la gente por la edad es racismo; vieja es la ropa, yo soy mayor”.

No hace tanto actuó en nuestro auditorio. Recuerdo un momento memorable cuando desde el escenario, poderosa, entre divina y humana, nos miró lenta, muy lentamente a todos los que estábamos allí como entrando en nuestras almas. Eso no se lo he visto hacer a nadie, y mira que he visto conciertos. No era una mirada retadora, era como un abrazo: os he dado lo mejor de mí.

Jueves, 26 de mayo

Vaya apellidos, Allende Gil de Biedma. Certero su nombre. Bárbara. Una niña perdida en el país de nunca jamás. Año ochenta. Algunas tardes aparecía yo en lo que se llamó “Cascorro Factory” en aquella casa destartalada cercana a la plaza de Santa Ana. Allí habitaba una camada de artistas que vivió con intensidad la Movida madrileña. El inolvidable Ceesepe, García-Alix, Augus. Convivía allí “El Hortelano” que fue quien la bautizó Ouka Leele. Algunos días el piso era la capital de la Movida. Abrevaban allí Alaska, Ana Curra, la inolvidable Paloma Chamorro, cómicos, dibujantes, fotógrafos. Qué buenos tiempos, primero Tierno Galván y después Barranco, innovadores alcaldes de Madrid. La ciudad era una juerga, se acababa de despenalizar a los homosexuales y se legalizaba la venta de anticonceptivos. El Rastro los domingos se llenaba de las primeras crestas, los primeros punk, de puestos de revistas underground, de chicos de gesto duro que bajaban de los barrios. Había músicos callejeros y las mañanas de los domingos eran mágicas.

Pero estaba hablando de Ouka Leele. Tenía la genética bilbaína de su padre y en lo más profundo, los versos de Gil de Biedma, aquel poeta para el que la vida era una fiesta larga “llena de cuerpos jovencísimos y bellos”. Inevitable recordar su verso “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / como todos los jóvenes / yo venía a llevarme la vida por delante / dejar huella quería y marcharme entre aplausos”.

Bárbara tenía algo gélido en los ojos, cierta altivez oculta y convivió muchos años con el dolor. Un día, tal vez con el apoyo de su prima Esperanza Aguirre, logró detener la circulación en la misma plaza de Cibeles de Madrid para retratarla. Era provocativa, yo la vi caminar con una corona de jeringas. Te juro que fue así, la vi llegar a una exposición con un cochinillo muerto en la cabeza y bombillas en los ojos que intermitentes se encendían y apagaban. Un crítico la llamó la reina del dadá. Cierto, su estilo de vida era lírico y creativo.

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