Opinión

Entre músico te veas

Los Murciélagos se van de gira”, contaba Maribel Outeiriño en su Historia en 4 Tiempos. Qué barbaridad, hace justo cinco décadas de la aventura de aquel grupo que fue la eterna promesa ourensana.

En los sesenta ya había en la ciudad un puñado de “conjuntos”, como les llamábamos entonces. La Vanguardia de Barcelona tituló: “Los Benposta de Daniel Bouzo humillaron a Los Sirex con la vibrante ‘Danza del sable”.  Los Posters, de Antonio Domínguez, actuaban en JJ, el templo del rock madrileño. La añorada sala Auria les daba cobijo a todos ellos y en su escenario actuaron durante un par de años Los Murciélagos. 

Con el incombustible Martín Maqueda estamos trabajando en la historia del rock ourensano para su programa “Talleres” de Telemiño. El otro día convocamos al grupo que lidera Carlos Basalo. Nos invadió la nostalgia. Buenos tiempos. Todavía no se habían estrellado en el suelo las redondas gafas de John Lennon. Y estábamos llenos de sueños...

A finales de los sesenta yo estudiaba Periodismo en Madrid y estuve próximo a la banda cuando llegaron decididos a conquistar la ciudad. Bajaron del tren con su cabello cortado a navaja, sus botines y sus trajes negros. Pero había un problema: el equipo de sonido era una birria.

Los comienzos fueron duros. En las primeras actuaciones, el inolvidable Cholo, su manager, pico de oro, se acercaba con gesto lastimoso al líder del grupo que actuaba con ellos: “Hola, colegas, nos ha ocurrido una desgracia, se nos ha roto el equipo de sonido, ¿podríamos utilizar el vuestro?” Por aquel entonces la gente era solidaria y enrollada. Jamás le negaron el favor. 

Los contratos tardaban. Alguna vez escribí sobre ellos. Los cinco ourensanos aprendieron a colarse en el metro, a subsistir con un bocadillo de calamares y a dormir hacinados en una oscura pensión de largo pasillo. El timbre sonaba sin interrupción: las chicas de la calle subían a 'ocuparse'. 

De pronto, Los Murciélagos se anunciaban en la propia Gran Vía. Sus voces cautivaban. El triunfo estaba a la vuelta de la esquina. Las vieja gitana de la Plaza de España les dijo: “Seguid por los caminos, pronto el laurel cubrirá vuestras frentes”. Qué pena. Justo entonces se derrotaron. Las novias los reclamaban desde Ourense. La puñetera morriña les golpeó con fuerza. Fui a despedirlos, de uno en uno, a la vieja Estación del Norte de Madrid.

No me atreví a recordarles el verso certero del clásico: “Lo más terrible es que mates tu sueño”.

(Una ciudad sin música es una ciudad muerta. Hoy Ourense está embriagada de música. Acordeonistas callejeros tocan el blues de la ciudad. En garajes, y en viejas galerías ensayan más de una docena de grupos. Jubilados ya, son muchos los que retoman con pasión las guitarras. Ilusionados jóvenes y 'carrozas' conviven, crean canciones y sueñan con volver a la carretera. No debe ser cierta la maldición del gitano: Entre músicos te veas.)

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