Opinión

Navegantes y poetas

Allá en los 90, cuando falleció Miguel Torga, el gran poeta portugués, como obedeciendo una llamada telúrica allá nos fuimos tres o cuatro miembros de nuestra tertulia. Sí, allá nos fuimos, a recitar un verso y tal vez una plegaria ante su tumba.

Llegamos a Vila Real al atardecer. Qué ciudad culta, bella, clásica y recogida. Nos costó dar con la aldea donde yacen los restos de Adolfo Correia da ilustracion_alba_noguerol_resultRocha, su nombre real.

En el cafetín del pueblo encontramos a João Alves, poeta, albacea y gran amigo de Torga. Nos contó: “Él quiso una sepultura sencilla, una breve plegaria y que un niño depositase sobre el mármol un ramo de torgas, esa humilde planta que crece en el norte de Portugal, de la que él, tan humilde, tomó el nombre”.

Imagínense, corrió sin cesar el buen vino verde de la zona. João hablaba emocionado del poeta. Ay, anochecía ya en la primitiva aldea en que nació y murió a los 87 años. Entusiasmados, uno de nosotros propuso ir al cementerio a rendir homenaje al escritor. João nos miró muy serio: “No, no, deténganse. Aquí en Portugal no se molesta a los muertos desde que anochece”.

Torga amó mucho a los poetas españoles. Pero, qué sorpresa, no fue Antonio, sino su hermano Manuel Machado su favorito. Muy despacio, arrobado y en un español dificultoso João recitó aquel trozo de nuestra historia: “El ciego sol, la sed y la fatiga./

Por la terrible estepa castellana,/ al destierro, con doce de los suyos/ -polvo, sudor y hierro-/ el Cid cabalga”. João recuerda: “Él decía que era un poema muy bravo y español”.

Cuántos años han pasado desde aquel encuentro en aquel olvidado y primitivo pueblo. Qué bien dormimos en su casa: colchón de lana, silencio absoluto, el olor de plantas de ultramar y el de los libros muy antiguos, creo que no faltaba allí ninguno de los grandes poetas de la humanidad. Fue curioso, nos despertó un gallo portugués. Entre risas, João nos narró la leyenda del gallo: Un peregrino gallego iba a ser ahorcado, lo acusaban de robo. La horca estaba dispuesta. El peregrino pidió como última voluntad que le llevaran ante el juez. El juez comía un gallo cuando entró esposado el peregrino. Éste le dijo: “Como prueba de mi inocencia, el gallo se levantará y se pondrá a cantar”. Justo en el momento en el que el lazo rodeaba su cuello, el gallo se levantó y cantó. Es una de las leyendas con protagonista galaico más amadas del pueblo hermano.

Cierto, le dimos muchas veces recado a João para que visitase nuestra tertulia. El martes, como en una aparición, el lusitano se presentó puntual a la hora del inicio de la tertulia. Pidió una botella de Oporto y dijo: “Tengo que reñirles. Cómo manipulan la historia los suyos. Ahora que se cumplen quinientos años de la primera vuelta a la Tierra, ustedes insisten en que el artífice fue el español Juan Sebastián Elcano. Miren, investiguen sobre aquel alucinante viaje. Elcano no era más que uno de los lugartenientes de mi paisano Fernando de Magallanes. Ay, aquel 20 de septiembre de 1519 partieron cinco naves de Sanlúcar de Barrameda: marineros de todo pelaje, buscadores de fortuna, exconvictos y aventureros. En cubierta, a todos les pasó revista el que ya era capitán general de la Armada por la monarquía española.

Los tertulianos guardamos un silencio solemne. João prosigue: “La gloria le corresponde a Magallanes, que lideró la expedición, hizo los mapas y presintió el estrecho y la vuelta al mundo que iban a dar. No quiero discutir con ustedes, hermanos galaicos, pero nosotros los portugueses hemos sido mejores navegantes y llegado más lejos. No hace tanto, todavía la lejana Macao era lusitana.

Los tertulianos sonreímos ante el gran fervor patriótico que nosotros ya no tenemos. “Miren, ustedes tienen los mejores pintores. Cada vez que voy al Prado, Goya casi me hace llorar. El hombre de la camisa blanca, los brazos alzados y su gesto de terror ante el pelotón de fusilamiento son todas las víctimas del mundo”.

João ahora nos mira de uno en uno, y en un rotundo portugués dice: “No se enfaden, les concedo lo de los pintores, pero los poetas, ay, los más grandes poetas, Pessoa, Torga, Camões… son lusitanos. Nuestra alma es lírica como el fado. 

(Son las tres de la tarde. Ningún contertulio ha dicho una palabra. João ríe festivo y amistoso: “Venga, otra botella de Oporto. ¿Cómo era aquella canción que cantaban ustedes? ‘Menos mal que nos queda Portugal’. Les confieso que estoy lleno de temores. Los viejos cafés mutan en helados hoteles. Lisboa está en peligro. Vengo de allí y la sentí gélida. El duende huye. Quizás los lisboetas tengan que navegar de nuevo a la búsqueda de Pessoa. Los hombres de gafas redondas, bigote fino y sombreros de época ya no tienen refugio. Apresúrense”.)

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