Opinión

Oler a peligro...

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Estuve esta semana con Enrique Martí Maqueda en su programa ‘Leer es un placer’. Ya sabes, cuentas lo que estás leyendo, recomiendas alguna obra y si escribes, lo cuentas también. Obligatorio verlo, si amas los libros. Ah, créeme, escuché a un adolescente: “Los libros son ya instrumentos primitivos de conocimiento, señor”. Temo que pronto escucharé, si llevo libros bajo el brazo: “Míralo, tiene el síndrome de Diógenes”.

Pues bien, en el programa yo recomendé uno que acabo de terminar y me fue atrapando. A estas alturas no voy a hacerle la pelota, claro. Pero me ha ido conmoviendo poco a poco. Qué trabajo meticuloso. Qué austero en adjetivos. Qué orfebrería estilística. ‘Juan Griego’ de Adolfo Domínguez. Argentina, Las Malvinas, inquietantes personajes y verdugos. A veces se detiene en los poetas. Cómo te diría, el libro huele a peligro. Adolfo me invitó a colaborar con él en el guión “Sin aliento”, que incluyó en ‘Juan Griego’, y le sugerí la idea del turbador personaje de Jimmy, que él hizo pulular inquietante por sus páginas. Pero es sólo una pequeña aportación que Adolfo agradeció. Sí, leerlo puede ser un placer.

Pero quiero hablar de Enrique. El término se usa en exceso, pero en este caso es así, Enrique Martí Maqueda es una leyenda como realizador en Televisión Española. Tenías que verlo allá en los años 60, atravesar Madrid en su deportivo descapotable, liderar los programas estrella, hoteles de lujo, viajes en aviones privados. Encima, estaba de su mano lanzar a una desconocida al estrellato. Él me jura: “Mira, Jaime, mi padre me enseñó ética y no creas que me aproveché de mi posición”.

Pero mira tú, este hombre fue quien hizo debutar a la artista Bárbara Rey. “No, no, Jaime, no creas, no era mi tipo”. A estas alturas cómo no voy a contar la anécdota. No te enfades, Enrique. Es él quien lo narra: “Mira, en aquellos años realizaba yo ‘Palmarés’, un programa de éxito. Ella tenía sus líos. A veces llamaban al programa preguntando por ella. Su nombre real es María García García. Era media tarde cuando sonó el teléfono. ‘¿Está Marita…?’ Claro que conocí la voz, todos lo sospechábamos, era el rey Juan Carlos. Yo no me corté y le respondí con respeto: 'Sí, señor…”

De ‘Palmarés’ a ‘300 millones’, este hombre protagonizó gran parte de la historia de televisión. Cielo santo, tenía yo quince años y estaba interno en el colegio Cisneros. Los jueves a eso de las dos de la tarde por la vieja televisión en blanco y negro, salían dos holandeses, Johnny y Charlie, a cantar ‘La yenca’. Cómo no me voy a acordar de ‘Sonría por favor’. Allí leí por primera vez ‘Realizador: Enrique Martí Maqueda’. Hizo que el jueves fuese mi día favorito.

Vamos con otra historia de él, casi alucinante. Conque estaba dirigiendo ‘300 millones’, un follón de personal. De pronto, se escucha un barullo. Va Enrique y dice enfurecido: “Cállense, cojones, estamos trabajando…” Levanta los ojos y ve una mole que se dirige hacia él a grandes pasos. Es el propio ministro Fraga, que aquel día visitaba televisión. "Tierra trágame", pensaría. Pero va Fraga y le dice con voz cómplice: "“Así me gusta que se trabaje, le felicito, pase mañana por mi despacho”. Desde aquel día, imagínate, fue su amigo y sus proyectos fueron adelante.

Tiempos duros. El censor don Francisco enfadado: “Que no, don Enrique, que no. Quiero las faldas más largas y no me traiga usted a ningún fulano con melenas que cante”. Pero un día sucedió: “Llevé al programa a una bailarina descarada que me insistió: ‘Venga, don Enrique, enfóqueme las braguitas para poner cachonda a España”.bty

(A veces, le tomo el pelo “¿Cómo has caído aquí?. Valente la definió: ‘Pequeña ciudad sórdida, perdida, municipal y oscura”. Cómo se me enfada, hermano. “Voy camino de los ochenta y cinco, y qué regalo me hizo Zeus, el dios administrador de la suerte, al enviarme a esta ciudad. Vivo en una aldea cercana. Contemplo los sagrados viñedos. Mi perro me despierta cada mañana destapándome. Mis libros me rodean. Escucho las hazañas de mi vecino el legionario. Me cantan los grillos al atardecer. Ay, 1939, las tropas de Franco entran en Madrid, de la mano de mi padre veo los abrazos y la alegría. Pasa por mi mente el Madrid castizo que amé, el ‘chotis’ que bailé en la plaza, el día en que Cantinflas me regaló un lujoso reloj. Mis siete hijas no cesan de llamarme. Aquella singular película que dirigí, ‘Me siento extraña’, con Rocío Dúrcal. Los meses felices en Nueva York en el 64. Ahora no miro con la cámara, miro con los ojos del alma. Ay, alguna noche, extraviado, lloro al ver tantas ausencias en mi agenda”.

Pero te cuento, hermano, cómo solemos saludarnos y despedirnos: uno y otro recitamos a la par el mejor poema de la lengua castellana: “El ciego sol, la sed y la fatiga / Por la terrible estepa castellana/ al destierro, con doce de los suyos /-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga…")

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