Opinión

Perros alegres

Ilustración Alba Noguerol

Temo, hermano, que se me vaya la olla con este artículo. Cuando te visita alguien que quieres, alguien con el que conviviste largas décadas en Madrid y encima es poeta, te sube un hálito vértebra arriba. Hablo de un poeta capaz de caminar por la vida lírica y poéticamente.

En el Liceo presentamos su libro de poemas “El ojo del abismo toma de la mano el arco iris”. El autor, Antonino Nieto Rodríguez. Ay, viniste a gritarnos, por ejemplo: “Nos quieren como a perros:/ alegres”.

Escribo esto como en los viejos tiempos, en la mesa de mármol de un café de barrio. También eres capaz, Antonino, de caminar por el futuro. Pero al verte me golpearon viejas imágenes en blanco y negro. Flashes, voces, rostros y por ejemplo las hostias rotundas que nos dio un mayo del 74 aquel policía de la social en los calabozos del caserón de Sol. Joder, me detengo y veo que toda nuestra generación pasó alguna turbia noche allí. Todos éramos de la ORT, la Liga Comunista, maoístas, trotskistas, la revolución estaba ahí, a la vuelta de la esquina. 

Me detengo ahora, y no sé por qué me visita aquella tarde de abril del 73 en que fuimos tú, yo y Antonia, la chica que nos turbaba, al concierto del malogrado Rory Gallagher. Los grises rodeaban el teatro Monumental. Entrábamos y nos registraban con la mirada del enemigo. El guitarrista estaba desconcertado. Hasta en el escenario había un madero armado. El músico, como buen irlandés, no se arredró y, mira tú, quizás, felices, vimos el mejor concierto de nuestra vida.

Tu libro, Antonino, es como una hostia rotunda que te dan en el alma. Pero me envolvió tu memoria prodigiosa. Ay, me nombraste uno a uno a nuestros amigos que yacen en cementerios dispersos, algunos en tumbas sin numerar.

Qué barbaridad; me sorprendo, hermano lector, de estar vivo y relatándote este artículo que lees este domingo otoñal. Lentamente Antonino comenzó a nombrar: Moncho Alpuente, que tanto nos marcó y también vivió líricamente. Lo veo ahora, sus bolsillos llenos de libros, la mirada cálida y la conversación inteligente. Dios mío, los Panero, Leopoldo, el maldito oficial del “Foro”, recitando con su voz cavernosa sobre la mesa del café Ruiz. Todos se han ido. Los hermanos Haro Ibars. Ay, Eduardo en el último suspiro dijo a su padre Haro Tecglen: “Cuando pase el camión de la basura, echa mi cuerpo”. Agustín García Calvo, el mejor latinista del mundo. Jamás nos perdimos su tertulia allá en el Manuela, en Malasaña. Manolo Tena, Javier Krahe. Ceesepe se nos fue hace una semana. La lista es larga, larga. Casi le obligo a detenerse, no me des más nombres, no, por favor, Tonino. Prefiero recordar la noche en el colegio San Juan Evangelista cuando salimos los dos con lágrimas de un recital de Rafael Alberti. Después, la Movida tal vez nos iluminó los ojos del corazón.

Hemos caminado mucho, Antonino. Tuvimos delirantes extravíos, qué le vamos a hacer. Cuánto filosofamos sobre la frase de Frankenstein: “Soy malo porque soy desgraciado”. Dios mío, estuvimos en todos los saraos, tertulias, manifestaciones, conciertos, creo que no faltamos a uno en tres décadas. “Los caballos salvajes no podrán arrastrarnos”, cantaban los Rolling Stones. Nos juramos: “Jamás arrastraremos una vida aburrida”. 

(Cuando recitaste en el Liceo los versos de tu libro “El ojo del abismo…” te dije emocionado: “He recuperado el sabor olvidado de eso que llaman autenticidad”. Al oírte huyó ese virus mental que anda suelto, el mal fario, el miedo líquido y eso que llamas tú “la risa de los muertos”. Había que vivir intensamente para tener un cadáver bello en el ataúd. Al fin, los dos nacimos en la “raia”, tenemos un poso clandestino, nos gusta el riesgo y como el buen contrabandista sorteamos con ojos en la nuca a los guardianes que nos tienden las trampas.

Me acosa tu verso: “Nos quieren como a perros:/ alegres”. Quizás nuestros collares son los móviles. Recitaste como el grito del kamikaze que se lanza contra el ojo del abismo. Escribes: “Masticas sin red los cuentos que nunca te contaron”. Nos avisas: “Han secuestrado la alegría”. Ah, pregúntale a tu móvil: no entiendo por qué no me aman.

Te haré caso. Viviremos con entusiasmo y devoción día a día. Sostendremos en las manos tu libro “El ojo del abismo…”, a poder ser tras el cristal de un café en un día de lluvia. Probablemente algún cabrón se acerque y nos diga; “¿Qué haces con esa máquina tan primitiva de conocimiento en las manos?”)

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