Opinión

La puñetera gabardina

Todos te queremos Luis. No faltó nadie a tu homenaje. Sesenta años en los banquillos de tantos equipos. Qué difícil el oficio de entrenador. Pero hoy quiero hablar de esa casta especial, los árbitros.

Es ya una leyenda, Luis. Aquellos dos hermanos, árbitros lucenses: con ellos jamás perdiste un partido. Albert Camus escribió: “La amistad está por encima de las ideologías y, a veces, de las leyes”. Si tenían que señalar uno, dos o tres penaltis a favor tuyo; no dudaban en señalarlos. Te queremos tanto Luis.

Estoy en casa de un árbitro de primera división, Jorge Gómez Barril. También le rondan las leyendas. Dicen que todavía anda por allí la maldita gabardina. Dejemos que él mismo nos cuente: “Era el 7 de marzo de 1976. Cuando llegué, llovía fuerte como en un mal presagio; fue el partido más jodido de mi vida. El ambiente era perturbador. Jugaban Sarriana y Compostela. Los locales arremetían con descarada violencia. Tuve que expulsar a dos jugadores. El público invadió el terreno y las fuerzas del orden público no me ayudaron”.

Jorge queda pensativo y continúa: “Llegué al descanso como pude. Suspendí el partido. Por el ventanal veía individuos con palos y piedras. Entró alguien que dijo ser médico y afirmó con expresión cuartelaria ‘este árbitro está borracho’. Exigí un análisis médico pero el forense se negó. No sé como salve el pellejo.

Ah, la gabardina, la puñetera gabardina quedó olvidada en el vestuario. Al día siguiente, la colgaron en un céntrico bar, pusieron mi foto al lado y esta frase: ‘Sr. Barril, venga por su gabardina y le damos también una buena chaqueta’. Allí estuvo colgada muchos años”.

Estoy ante un hombre que ha tenido eso tan español que se llama “huevos”. Sí señor. Una tarde lluviosa en la Romareda, Schuster se acercó y le dijo: “A ver si despiertas”. Jorge respondió: “A la ducha y despierta tú”. Pasó algo más, Futre, en un portugués muy cerrado, le dijo a sus compañeros: “É un filho da puta”. Se quedó muy sorprendido cuando le mandé a la caseta. No sabía que era de Ourense.

(Jorge me abre la puerta de su recinto sagrado. Me enseña una Harley, su joya favorita. Su doberman mueve el rabo feliz al verlo. Aquí está toda su vida. Las actas de todos los partidos que arbitró. Cien pesetas recibió por su primer partido, cien mil por el último.

Le pregunto por el lado oscuro del fútbol: “Cabrones hay muchos. No quisiera hablar de esto, pero aquel Juanito del Real Madrid era violento, tramposo, se tiraba en el área y me echaba al público encima”.

“Los ‘amistosos’, en fiestas, eran otra cosa. Recuerdo los partidos Verín-Chaves en las legendarias fiestas del Lázaro. Me venía una legión de comerciantes verinenses: ‘Sr. Barril, que gane el Chaves. Hoy está aquí todo Portugal. Si pierde su equipo, se van. Si gana, gastan todos sus escudos y dejan vacíos bares y comercios”. Llegan sus nietos y su rostro se ilumina. Me confiesa: “Lo más triste, con los viajes no vi crecer a mis hijos”.)

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