Opinión

Yo quise ser Viriato

Viernes, 24 de junio

Hacían académico de Bellas Artes a Roberto Verino. Inevitable, había que estar allí, conque allá me fui con el barbero del Paseo, Cachaldora: “Un peluquero debe estar siempre cerca de su cliente y amigo en sus momentos importantes”. Coincidió que también viniese el exalcalde de Ourense Jesús Vázquez, que me sorprendió al contarme que su abuelo había ejercido de guardia civil allá en el viejo caserón de la casa cuartel de Vilardevós. Después, fue destinado a Arzádegos, mi Itaca, donde nací.

Te cuento, hermano lector. Conocí a Roberto allá en el Verín de principios de los sesenta. Su padre tenía un abastecido comercio de ropa. Cierto, a veces él mismo me aconsejaba ya y recuerdo cuando me vendió mi jersey favorito, un jersey de cuello de cisne de azul cielo. Lo recuerdo tras el mostrador, ágil, despierto y con esa mirada tan suya vagamente visionaria. Pronto se vino a Ourense a hacerse perito industrial, pero supo enseguida que eso no era lo suyo. Una profesora francesa, una musa, lo llamó un día y le dijo que partiera hacia Francia, hacia París, la ciudad de la luz donde él encontraría su sueño.

Ya desde niño un personaje mítico, Viriato, que tantas veces derrotó a los musulmanes de Almanzor con la guerra de guerrillas marcó su vida. Cierto, en la inolvidable academia verinense, don Jesús Taboada mantuvo siempre que este personaje había nacido en Verín. Sostuvo que a los líderes de entonces se les conocía por su lugar de nacimiento y Verín, en sus comienzos, se llamó Viria.

Allá llegó a París a principios de los sesenta. En sus ojos ya llevaba la mujer que soñaba vestir. Al bajar en la estación de Austerlitz tuvo un flash que aún hoy habita en sus sienes. Él no llegaba a París por cuestiones económicas sino para aprender, pero muy cerca de los raíles vio llegar un tren con vagones de madera del que bajaron algunos emigrantes españoles. Cuenta Verino: “Me causó honda impresión ver los vagones llenos de paisanos que venían a trabajar a Centroeuropa. En la estación, bajaron algunos con sus maletas de madera y sus ojos muy abiertos”. Pero lo que le dolió fue el trato: “Era la misma imagen que yo vi en el cine Oterino, era como cuando los crueles nazis llevaban en sus vagones de madera a los judíos a Austerlitz. Me causó tal dolor que me juré hacer algo para que mis paisanos no volvieran a recibir jamás semejante trato”.

Ya estaba nuestro hombre en París. Aquella ciudad de la que Hemingway escribió “París era una fiesta”. Era aquel París de Sylvie Vartan y Françoise Hardy, de Charles Aznavour y Adamo, de Édith Piaf y Brassens que cantaba “si hoy es fiesta nacional,/ la música militar nunca me hizo levantar”. Eran tiempos ya en que la alta costura daba paso al prêt-à-porter, listo para llevar. Trabajó y le fueron bien las cosas a Roberto y pronto se instaló en la plaza Saint Germain. Ay, allí estaba el Café De Flore y Les Deux Magots donde hacían tertulia viejos republicanos huidos en el 39 y que, ingenuos, aún pensaban que alguien desalojaría al general ferrolano. Ya cubría la ciudad una tormenta que presagiaba el olvidado Mayo del 68 que con su grito “pide lo imposible” logró cambiar la enseñanza e incluso un estilo de vida. Crecía el sueño en aquel joven soñador, talentoso y persistente. Los hados soplaron a su favor y logró trabajar con los grandes diseñadores franceses. Cielo santo, sus enemigos dicen que llora mucho, pero cómo no vas a llorar si un día ves cómo en las pasarelas desfilan las mejores modelos con la marca Roberto Verino. Cómo no vas a llorar cuando eres el primer modisto español que inaugura tienda en el Barrio Latino de París. Estamos en los ochenta, Roberto siempre cerca del arte sintoniza con el artista Jaime Quessada y saca una colección inspirada en sus dibujos. También se acercó a Dalí mientras crecía con su obsesión de vestir a las mujeres para vivir líricamente. Ah, las mujeres que él adora. Recordó en el acto el académico Xurxo Lobato que contestó al discurso de ingreso del verinense una frase que escribió Feliciano Fidalgo: “Los que dicen que este creador es realista se equivocan: sueña a las mujeres mejor que Dios. Eran buenos tiempos y una explosión de creatividad cubrió Galicia: Siniestro Total, Os Resentidos, Manolo Rivas, Carlos Casares, Zara”. Insiste Lobato: “Podemos decir que estamos en un momento histórico como fue el de la Xeración Nós”. Qué exagerado.

Pero el nuevo académico, con Viriato entre ceja y ceja, sueña con una ropa que pasa de generación en generación como en la posguerra, cuando nuestros abuelos pasaban sus chaquetas a sus hijos e incluso llegaban a sus nietos.

Entre mis recuerdos de infancia está que cuando caminaba por la plaza de La Merced, donde estaba su casa, siempre escuchaba risas, cantos y voces entusiasmadas. Cuando regresó de París, sus hermanos lo arroparon incondicionales en su sueño de crear la fábrica, dar trabajo y que el nombre de Roberto Verino brillase en las mejores plazas de tres continentes. Sus hermanos José Luis -fallecido, tan cálido siempre- y Miguel fueron fundamentales en los comienzos de su aventura. “Yo siempre quise ser Viriato”.

(Lobato, en su discurso, recordó las directrices de Verino: “La moda no debe servir para que la gente se disfrace o se oculte. Por el contrario, es una forma perfecta para decir lo que eres y lo que piensas”. La verdad, el acto fue conmovedor, la sala llena y en silencio sepulcral. Los discursos no aburrieron. Al final todos brindamos con su vino Gargalo. Lo abracé y le dije: “Qué huevos, hasta dónde has llegado, Viriato”. Él me miró con sus ojos sabios hoy casi místicos: “Y lo que vendrá, Jaime, y lo que vendrá…”).

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