Opinión

Relojería Pegerto

Viernes, 9 de abril

Debe haber una conjunción astral favorable porque hoy logramos reunirnos cinco tertulianos en una terraza del centro de la ciudad. Es media tarde. Hablamos de este jodido mundo y de la descorazonadora inutilidad de quienes nos mandan. Llega ahora el pintor bastante excitado. Nos saludamos y ahí le tenemos, de pie, pidiendo silencio con voz poderosa. La poca gente de las mesas alrededor quizás pensó que éramos un puñado de tipos enloquecidos. Lo cierto es que los pocos clientes también guardaron un silencio sepulcral.

Va el pintor y, con cadencia lírica, lentamente, comienza a recitar: “El demonio se agita/ a mi lado sin cesar,/ flota a mi alrededor/ cual aire impalpable”. Ahí se detiene nuestro contertulio y nos dice desafiante: “Qué románticos ignorantes sois; en un día como hoy y no sabéis de quién son estos versos inquietantes. Estos versos que tienen el perverso atractivo del mal”.2021-04-011 ANGULO INVERSO Ilustr

Pero te cuento, hermano, hermana lectora. Estábamos torpes, qué sé yo. Nadie dio con el nombre del poeta. Entonces, nuestro amigo nos miró despectivo y añadió dando una pista: “Los jueces lo arrestaron por sus poemas. Los críticos decían que sus versos eran una monstruosidad; por recitar en un café cosas obscenas lo encerraron, lo acosaron a multas y Eugenia de Montijo ayudó a pagar sus multas. Os digo más: hoy, 9 de abril, se cumplen doscientos años de su nacimiento”. Ahí sí saltamos dos: “Hablas de Baudelaire, su libro ‘Las flores del mal’ era de nuestros favoritos en aquellos largos días de excesos”.

Pero el pintor toma de nuevo la palabra: “Hoy, 9 de abril, es su fiesta. Pero creedme, en ningún lugar de Francia le hacen homenajes populares, ni siquiera en el lírico París donde nació. Como si todavía sus libros estuviesen impregnados del mal. En su país se prohíbe ensalzarlo. Apenas en algún café de Montmartre le recuerdan”. El personal de las mesas de alrededor no pierde ojo y parece escuchar con atención.

La cosa va a más; entonces, el pintor nos lanza un desafío: “Tendréis que redimiros de este nefasto olvido. Pidamos una botella de absenta, que era la bebida favorita del más grande poeta francés, que decía que amaba a las prostitutas. ‘Alma cruel,/ necesitas cada día un corazón en tu comedero”. Me encargo de buscar la botella de absenta con los grados precisos. Me lo enseñó en Tánger mi viejo amigo y poeta maldito Haro Ibars. Debe llevar una buena combinación de anís verde, hinojo, ajenjo, hisopo… Elegí una no muy fuerte de cincuenta grados y pedí al camarero que le añadiese agua y azúcar, una buena combinación. El pintor, muy inspirado, recitó la alegoría: “Esta es una mujer de rotunda cadera/ que permite en el vino mojar su cabellera”. Dice: “Seco todas las lágrimas en mis senos triunfales”. Ahora entra el profesor y dice: “Su amante, Jeanne Duval, era la prostituta mulata más hermosa de París. Su danza diabólica le inspiraba los versos más terribles. Le llamaban ‘la Venus Negra”.

Nuestra botella de absenta ya está casi vacía. Él las engullía de un trago acompañado de su musa mulata. Ella le hizo un terrible regalo, la sífilis, que él aliviaba con el opio que le daban los médicos. Debemos de ser de los pocos, quizás los únicos, que se acuerden hoy del genial y doliente Baudelaire. Fue un punk adelantado. Los chicos de la altiva cresta e imperdibles en la mejilla tomaron como insignia su consigna: “El peor pecado es el aburrimiento y el hastío”.

“¡Viva Baudelaire!”, grita el psiquiatra. Y recita: “¿A quién queréis más?, hombre enigmático./ Podría ser a la belleza que es diosa divina,/ pero quiero más a las nubes… a las nubes maravillosas”. El local ya está vacío y justo ahí nos apresura el camarero: “Caballeros…”

Sábado, 10 de abril

Todos queríamos a Pegerto. Verín ha quedado conmovido. Yo crecí a su lado. Su relojería estaba en un portal justo frente al comercio de mis padres. Era en un portal. Dentro, la cristalera con un ventanal donde atendía. Era como un confesionario. Lo habitual era que los clientes se eternizasen conversando mientras el inmutable relojero, al otro lado del cristal, con su monóculo escarbaba en los relojes. La serenidad y la sonrisa de este hombre invitaban a largas conversaciones. Cierto, allí en su cubil escuchó secretos, confesiones y enamoró a algunas clientas.

Vamos, tenía la serenidad de un monje budista. Lento en sus trabajos, a veces los clientes lo abroncaban, pero enseguida su sonrisa cómplice, casi beatífica, desarmaba al agresivo fulano.

Cuántos recuerdos. Como vivía enfrente, pasé allí muchas horas. A veces me llevaba con él, digamos que como ayudante. Qué feliz era yo cuando partíamos en su coche. Bueno, a estas alturas, por qué no contar aquellos viajes, al fin, esta sección se llama “El ángulo inverso”. Hubo una época, cuando la calle Villar vivía su esplendor, en que dos veces al mes le acompañaba a los tugurios de la pecaminosa calle. Pero no, no te vayas a creer, lector, lectora, que era por urgencias sexuales. Eran viajes estrictamente comerciales. Me explico: un colega suyo le dio los contactos. Él llevaba en su cartera pulseras, anillos, joyas y relojes. “Tú, Jaime, toma nota en este bloc”. El negocio consistía en vendérselas a plazos a las trabajadoras del sexo. Al menos tenía nueve o diez clientas en aquellos bares, Salamanca, Paraíso... Cierto, todas pagaban los plazos como un banco. Yo tomaba nota de los números y escuchaba siempre la misma frase: “Sube conmigo, hazme una rebaja y te trataré bien”. Fiel a su estilo, ni se inmutaba, sonreía, guardaba el dinero y yo tomaba notas en el bloc. Ay, lectora, lector, imagínate, yo un mozalbete, le decía: “Pegerto, déjame subir con una”. Entonces me miraba muy serio: “Nin falar, esto é un negocio, voute coller dunha orella e imos para Verín”.

Un día, el alcalde de un pueblo de Zamora vino a visitarle: “Nadie lo logra, pero me dijeron que usted podría arreglar el reloj del ayuntamiento”. Allá me fui con él. Al llegar, subió él solo con el maletín. Todo el pueblo estaba abajo expectante. No pasó mucho tiempo y sonaron las campanadas del reloj en la plaza. Cuando bajó, lo recibieron como a un héroe. Aún recuerdo el sabor de aquellos judiones de Sanabria. Ya en el coche, el alcalde metió un sobre abultado en su bolsillo.

Se me ha ido un poco la olla, yo quería hablar de su alma generosa, de su filosofía de la vida, siempre al lado del necesitado. Jubilado ya, dedicó su tiempo a trabajar y enseñar su oficio en centros de beneficencia. Nunca perdió su humor tan galaico. Cierto, algunas veces cuando me invadía la tristeza, en su negocio, a su lado, recuperaba la alegría.

(Ay, lo que nunca supe es a qué misterioso lugar iban él y Juan el barbero, cuando partían muy discretos, vestidos de domingo. Quizás huían de aquel verso de Baudelaire: “Acuérdate, que sin trampas el reloj te vence en cada envite y cada segundo te susurra ‘acuérdate, acuérdate”.)

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