Opinión

Silencio sepulcral


Lunes, 27 de abril


Confinado, hermano, seguro también meditas. 

¿Será verdad que hay hombres de los que hay que huir porque tienen la inagotable habilidad de atraer la mala suerte?

¿Será verdad que antes éramos más felices?

¿Será verdad que los espíritus del planeta se han rebelado?

¿Será verdad que la desgracia une?

¿Será verdad que hubo un tiempo sin vejez, sin enfermedad, sin nada que interrumpiese la incesante fiesta?

¿Será verdad que si llamas a tus antepasados tendrás una protección mágica?

¿Será verdad que la generosidad española es la mejor?

¿Será verdad que después de esto vendrá una revolución psíquica?

¿Será verdad que no somos nada, que esto pasa rápido y se acaba? ¿Será verdad que es un esplendor el estar vivo?


Martes, 28 de abril


Cielo santo, ayer en La 2 echaron la primera película que vi en mi vida. Sí, señor, un western en blanco y negro, “Winchester 73”. Tres pesetas y entras en el cine Oterino de Verín. Te sientas en aquellos tablones del gallinero. ¡Qué algarabía!, el artista es James Stewart. ¡Qué grande!, su mirada penetrante y retadora, su desafiante manera de caminar por las calles de la mítica ciudad de Dodge City. La dirigió Anthony Mann. Mira tú, qué sorprendente, este hombre elegante, reflexivo y sobrio se casó con nuestra impetuosa Sarita Montiel. Mann cuidó a los extras y a los actores de reparto. Todos con el viejo Colt 45 a la cintura. Ay, qué ingenua generación éramos: siempre había alguien que en el momento de peligro avisaba al artista desde su asiento. Y el Nodo. Si había suerte salían Puskas y Gento y todo el Real Madrid en la Copa de Europa. Inevitablemente, salía el general ferrolano. A veces alguien en gallinero le ponía música: una ventosidad. 


Miércoles, 29 de abril


La semana pasada escribí sobre mi amigo el sepulturero. No me atreví a contarlo. Se lo prometí. Pero, hermano, al fin el escritor es un espía en la vida. “Hace más de veinte años que pasó. Fui a levantar una tumba. La caja estaba muy deteriorada, pero en la tapa vi como arañazos y restos de sangre. Me costó, pero hice mi trabajo rápido y guardé silencio. Silencio sepulcral”. 


Jueves, 30 de abril


Mirando entre mis papeles, hoy encontré una foto en que estoy al lado de Edén Pastora, el mítico Comandante Cero. Ya escribí sobre el líder sandinista pero no está de más volver a este feroz guerrillero, una leyenda en Nicaragua. Fue una casualidad, hacía negocios para su gobierno en Galicia y accedió a hablar en el Foro de este periódico. Y qué sorpresa, aceptó. Allí no dijo mucho, pero después en la cena sí se explayó. Recuerda, hermano lector, que fue el hombre que el 22 de agosto del 78 entró en el palacio de Managua, donde estaban todos los congresistas y secuaces de Somoza, tres mil personas. Tomó el palacio. Después, hizo un cambio, los dejó libres pero Somoza tuvo que llenar un avión de guerrilleros presos rumbo a Cuba. Lo cierto es que tuve la suerte de acompañarlo hasta el hotel allá a media noche. Aceptó. Me preguntó dónde tomar un tequila. “¿Sabe?, en mi niñez unos secuaces arrebataron a mi madre sus terrenos y mataron a mi padre. Ella los persiguió uno a uno y les dio muerte. De esa leche mamé yo. Soy un revolucionario. Llámeme loco, si quiere. Me llamaban ‘el ángel de la muerte’. Tuve dieciséis atentados. Alguna vez salí vivo a cuchillo. He matado a mucha gente, claro que sí, es la guerra, y no tenía elección. No me arrepiento, así eran las cosas entonces. Los americanos llegaron a pegar un cartel con mi cara y ofrecieron mucho dinero por quien me delatara. Pero ya ve, estoy aquí en Ourense”. Me atrevo a preguntarle: “¿Cómo ha cambiado la selva por la mesa de caoba de viceministro de su amigo Ortega en Nicaragua?” “Créame, yo sirvo sólo a mi país. El presidente me ofreció este trabajo y trato de cumplir”. Insisto: “Ganará usted mucho”. “Mire usted, alrededor de cinco mil euros, pero tengo veintiún hijos que cuido y con los que me llevo bien. Las guerrilleras son bellas y en las noches en las montañas hace mucho frío”. En la puerta del hotel le espeté: “Habrá torturado mucho”. Edén Pastora guardó silencio, me clavó los ojos: “De eso saben mucho ustedes. Piense en Hernán Cortés o la Inquisición. Pero le voy a contar la tortura que utilizaba para sacar información. Les quemábamos el trasero, y créame, todos cantaban. Pero comprenda, era la guerra y no tenía elección. No me arrepiento pero el odio es amargo y la guerra es un espanto”.


Viernes, 1 de mayo


Camino por mi terraza. En su balcón, como cada tarde, dos ancianas desgranan lentas y devotas una y otra vez las cuentas del rosario. Hoy, muy discreto me pegué a la pared que da a su balcón y me uní a ellas en su oración para seguir creyendo en la libertad y la esperanza.

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