Opinión

El soplo de las ninfas

JUEVES, 18 DE MAYO

Caminaba por la calle de La Paz cuando se me acerca un señor muy atildado con sombrero primaveral y mirada, cómo te diría, lánguida. Yo miraba la cartelera de actuaciones del Teatro Principal.

Va el señor, muy educado pero con gesto de reproche, me espeta: “Leo a veces sus artículos. Me interesó el último en que usted escribe que somos una ciudad resignada y sin orgullo. Es sorprendente, pero no coincido con usted en que lo que más crece sean las peluquerías. Cierto que en mi calle hay varias e incluso en discretos pisos señoras atienden a gente del barrio.

 ”Se olvidó usted de esa maldición que es la envidia. Cierto es que es un pecado muy de aquí y muy español. Mire, yo soy lector devoto de Borges que escribió: ‘El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: ‘Es envidiable’. Aconsejan los clásicos y lo recuerda Fernando Salinero, huir de allí donde florezca ese mal”.

Ahora vamos caminando mi interlocutor y yo. Él no cesa de hablar. “La he comprobado en mis amigos y yo mismo la he sentido sobre mí. Incluso temí perder mi trabajo por las zancadillas y tretas de un compañero. Aquí, si logras triunfar en algo, de inmediato te conviertes en sospechoso cuando, al contrario, deberías convertirte en un ejemplo. Y si es mujer la que logra el éxito, imagínate, enseguida se corre la voz  ‘algo habrá hecho”.

Ahora se detiene, me toma del brazo. “Ay, en esta ciudad parece como si las ninfas terribles soplasen ese mal. Hay pocos remedios para evitarlo. Quizás conozca usted cómo lo logró el conde de Romanones, hombre rico, gran político y de gran poder en los tiempos de Alfonso XIII. No está de más que se lo recuerde a sus lectores. Sucedió que en la infancia una caída le dejó una cierta cojera. Ya mayor, presidente del Congreso, cuando entraba en la sala acentuaba a propósito su cojera. Confesó a un amigo: ‘En esta tierra hay que hacerse perdonar los éxitos. Mejor que digan de mí: sí, lo tiene todo pero es cojo…”

(Mi amigo se despide y me dice casi al oído: “Yo pienso lo contrario, si a mi amigo le va bien, tanto mejor, tal vez pueda ayudarme. Usted ha escrito de las máquinas que te dan amor, amistad, no estaría de más una máquina que extirpase de los cerebros este mal diabólico”).

VIERNES, 19 DE MAYO

No faltó nadie a la tertulia. Nuestro contertulio, el pintor, nos mandó mensaje a todos diciendo que tenía que hacernos una propuesta importante y que tendría influencia en nuestras vidas.

Conque estábamos todos sentados y en silencio esperando con interés lo que iba a decir. Ahí llega él muy sonriente. Se empuja un buen trago de su gin tonic y nos larga un poco imperativo: “Se trata de un viaje que tenemos que hacer todos”. Recuerde el amigo lector que ya hicimos algunos viajes juntos. El más interesante, un fin de año en Tánger en que después nos acercamos a Laracha a visitar la tumba de Jean Genet. Ya lo conté alguna vez, pero es un viaje que aún me visita en mis sueños. Un cementerio olvidado todo lleno de escombros, donde reposaban nuestros héroes de la guerra del Rif. Lápidas rotas que decían “El valiente teniente tal y tal que murió heroicamente”.

Volvamos a la tertulia. Nuestro colega pintor suelta por fin su propuesta: “Se trata de un viaje que tenemos que hacer todos, casi inevitablemente. Si los musulmanes han de ir una vez en su vida a la Meca, nosotros hemos de hacer también una vez en la vida el mítico camino de Santiago”.

Cielo santo, vaya revuelo que se arma. Enseguida entra el profesor: “Me niego a participar en ese viaje turístico y ya desespiritualizado. Eso no es ni una peregrinación ni nada de eso. Y desde que escribió sobre él Paulo Coelho, se ha convertido en un negocio y no hay nada más triste que estar de moda”.

Entra ahora el músico: “Aunque quedan árboles milenarios en el camino a los que abrazarte, aquello está lleno de fulanos que lo toman como una prueba deportiva. Confieso que yo lo intenté, pero percibí que aquello era como una feria. Hasta es difícil sentarse pensativo bajo un olivo, alguien llega siempre a darte el coñazo”.

Interviene el pintor, casi se siente ofendido: “No entendéis que es un viaje curativo. Caminando recuperas la niñez, reflexionas sobre la vida, sacudes tus demonios y puedes pararte a beber el agua limpia de un regato”.

Salta el psiquiatra: “A mí no me gusta que me marquen el camino. Ya lo dijo Machado, se hace camino al andar. Y aquel Santiago en que estudié, lleno de duende, de tascas y rebeldía, se ha convertido en una patética fonda”. Y añade: “A mí me gustaría hacer ese viaje en tiempos medievales, cuando los peregrinos caminaban llenos de peligros para purgar sus pecados, ganar bulas, cuando la niebla cubría los valles. También buscaban la ambrosía, el alimento sagrado de los dioses”.

(No hay votación. Ya de pie alguien dice: “¿Os acordáis de ‘En el camino’ , de Kerouac, que marcó a mi generación? Ese sería mi viaje”).

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