Opinión

Una temporada en el infierno

Cuentan, los del ‘otro lado’, los muertos, no acudieron a la cita del carnaval.

Cuentan, los del ‘otro lado’, los muertos, no acudieron a la cita del carnaval. Venían siempre a devolver la visita que nosotros les hacemos, allá a primeros de noviembre. Todo está demasiado domesticado. Hay demasiado orden y escasa imaginación en los disfraces. La peña va de aquí para allá, aturdida y en bandadas. Ya no es una orgía colectiva.

Pero quiero hablar de aquel mítico martes de carnaval en Verín, allá en los inquietantes sesenta. He contado alguna vez lo que sucedió. Días pasados un medio de comunicación recordó aquel Entroido salvaje. Para mi sorpresa, en el ‘medio’ se deformaron los hechos. Como si aquel extraño día transcurriese con ‘certificado de buena conducta’.

Tiempos tristes estos, en que se manipula el pasado y la memoria de los pueblos. Incluso su lado oscuro. Pues no. Mis inocentes ojos de niño tienen grabadas las pálidas imágenes de aquel lejano martes.

Veo nítida la hiriente escena: el rostro empalidecido, sudoroso y las piernas temblorosas de aquel hombre que, como Rimbaud, vivió una temporada en el infierno. Eran años de estrictas prohibiciones y de acoso policial a los enmascarados. A pesar de todo, potentes petardos estallaban en las calles. La tradición del Entroido habita en el corazón de los verinenses.

Con que, un grupo de festivos paisanos decidieron montar un‘número’. Después, se les fue de las manos. Encargaron a un herrero una jaula de hierro capaz de albergar a un ser humano. La alzaron en la plaza Mayor. Pagaron a un hombre, un tal ‘Legionario’, con fama de avidez por el dinero para que se dejase encerrar en ella. El trato era por dos horas. No ocurrió lo convenido. Pasan las horas y nadie acude a abrirle. La multitud rodea la jaula. Ah, es como el circo romano. El frío aprieta. Los forasteros dudan de si aquello es un sacrificio humano. El ‘Legionario’ aúlla. Se mueve como un animal rabioso. Los paisanos le arrojamos plátanos y huevos. 

Era de noche ya. Alguien, compadecido, abre a martillazos un hueco. Veo ahora su rostro fantasmal. Su mujer, llorosa, lo recoge en sus brazos. Los autores le llenan los bolsillos de billetes. Pasaron días hasta que se le vio de nuevo por las calles. (Aquel maldito martes afloraron todos los demonios de la 'raia'. Siglos de frontera salieron de los lamentos del tal ‘Legionario’. El alma clandestina del valle rondó la plaza. Aquel hombre curtido por el Tercio y las guerras de África era cada uno de nosotros zarandeado por el destino. Por la rara sonrisa de un ciego, supe que estaban allí los espectros.“Divertíos, amigo mío, lo más que podáis / no os aflijáis”.)

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