Opinión

La tribu de la ruleta rusa

Lunes, 28 de septiembre

Llevaba muchos años intentando visionar "El cochecito". Los censores del general ferrolano la mutilaron sin compasión y exigieron al director otro final.

Para mí, con "Bienvenido, Míster Marshall" y "El verdugo", es la mejor película, y mira que las hay muy buenas en el cine de este país. No sé cómo se las arreglaron en la segunda cadena. El sábado 19 de septiembre, después de muchos problemas, la pasaron en su versión original, sin cortes y con su cruel final. Fue una sorpresa.

Tienes que verla, hermano, está magnífico, soberbio, el entrañable Pepe Isbert que tanto cautivó a la generación de la posguerra. En el film está aquella España ingenua, reprimida pero llena de humanidad de los años 50. Ahí está el viejo valor de la sagrada amistad. Hay un momento en que el protagonista dice “Hay que tener palabra”. Toda la película es, cómo te diría, desesperadamente humana. El guión es de aquel escritor atormentado, Azcona, que hizo tantos guiones con Berlanga. Azcona, un tipo raro y brillante que conocía muy bien el blues de aquellos años de posguerra. Marco Ferreri nos muestra un Madrid lleno de tullidos que vagan con sus cochecitos de aquí para allá. Se palpa el espíritu del esperpento de Valle Inclán. No te cuento más. Invítate a verla. Y, si eres de mi generación, es obligatoria.

Martes, 29 de septiembre

Logramos citarnos cuatro tertulianos y yo en nuestro local favorito. Presiento que todos teníamos mono de encontrarnos para el diálogo socrático. Llevábamos tiempo sin discutir, sin recitar un poema o hablar de nuestras tardías aventuras sentimentales. Qué mal me sentí. En la puerta, escrito con letras rotundas, el cartel decía “Cerrado hasta nuevo aviso”. Mira tú que suena cruel eso de “hasta nuevo aviso”, hasta da mal fario. Cuando llegué, ya estaban en la entrada con rostro abatido el profesor, el músico y el psiquiatra. Cielo santo, por ahí llega el pintor que anda empeñado en que le echemos huevos y nos la juguemos a la ruleta rusa. Allá nos fuimos los cinco a otro garito cercano. El camarero debió vernos como tipos desquiciados porque tardó en servirnos y se le notaba la mirada torva. Pero nosotros a lo nuestro. “Cuatro licores café, por favor. Y rápido, que pronto cada palmo de tierra será una tumba”. El psiquiatra dijo “Todo anda muy jodido, mi consulta está llena de depresivos, pienso que pronto no habrá ni somníferos en las farmacias”. Interviene el profesor “Entonces hablemos de algo bello y nostálgico que nos libere endorfinas y quizás algún suspiro”. Propongo yo “¿Alguno de vosotros estuvo en aquel descomunal festival de A Coruña en 1993, cuando se celebró el primer Xacobeo?”. Todos guardaron silencio. Les reto “Si allí estuvieron los más grandes desde Neil Young a Bob Dylan, y de Robert Plant a Chuck Berry. Aún suena en mi cabeza ‘Hey Hey, My My’ ‘es mejor quemarse que desvanecerse’, porque hermanos, el 8,9 y 10 de julio…”

Mira tú qué casualidades hay en la vida. Entra en el local con su sombrero, su poderoso bigote y sus ojos que ven tras las paredes, mi amigo Emilio Rojo, ya sabes, el bodeguero con duende que hechizó hasta a Woody Allen. Me digo, a ver si me va a mirar mal por aquel artículo que le escribí cuando vendió su bodega. Fui un poco cabrón y escribí “Cambiaste tu sueño por oro”. Pero qué va, sonríe, me guiña, nos mira a los cinco y dice “Carajo, ¿así que este es vuestro cubil?” Le respondo “No, no, Emilio, esto es provisional”.

Emilio y yo fuimos compañeros de internado allá en los sesenta en aquel colegio Cisneros donde quizás fuimos eso tan ambiguo que es ser felices. Los otros tertulianos que habían estudiado entre maestros de alas negras se asombraron cuando contó “Nuestro jefe de internado había sido falangista, llevaba un pistolón en la sotana y supimos que allá en la guerra civil daba los últimos auxilios a los que iban a ser fusilados. Bueno, lo habían puesto en el colegio los propietarios para disimular su ideología republicana. ‘El moro’, se llamaba, y siempre fue cercano y cálido con nosotros”.

Emilio dice “Volved a lo vuestro. ¿Cuál era el tema?” “Hablábamos del festival del milenio en A Coruña en el 93”. La tertulia se alargó. Cuando nos despedimos, Emilio dijo “Si me invitáis a otra, traeré una botella de mi mejor cosecha, creedme que quedan pocas”. El pintor se echa a reír “Sí, sí, ese será el día justo para que estos cobardes y yo juguemos a la ruleta rusa. Y tú, Emilio, si tienes cojones”.

Jueves, 1 de octubre

Era el 78 y Quino presentaba sus obras en la librería "Antonio Machado", allá en la calle Fernando VI. Cierto es que la librería más de una vez sufrió ataques de aquellos guerrilleros de Cristo Rey. Pues mira tú, aquella tarde el poeta Antonino Nieto y yo estábamos allí. Recuerdo a Quino sonriente y casi paternal. Dijo “¿Hay algún andaluz por aquí? Que levante la mano. Mis padres eran de Fuengirola y yo crecí entre el acento argentino y el deje andaluz”. Seríamos cincuenta personas. Todos queríamos que nos firmase el libro y con suerte nos pintase una pequeña y divertida Mafalda. De aquella había muchos argentinos en Madrid huidos de la cruel dictadura de Videla y el acto se desvió sólo hacia la dictadura argentina. Recuerdo que un joven histérico gritó “¿Qué hacemos aquí? deberíamos estar en las trincheras, en la resistencia, allá en Buenos Aires”. Se armó un follón del carajo y Tonino y yo nos vinimos sin nuestra Mafalda, que hoy llora “papá murió”.

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