Opinión

Un arte para llegar a viejo

Excuse, hermano lector, que sea hoy un poco escatológico. Pero ya decía Cicerón que no hay nada obsceno ni vergonzoso en nombrarlo. Decía: “Es un soplo que pide libertad”.

La tertulia comenzó así, original y divertida. Estábamos sentados a la espera del quinto tertuliano. Cierto, mis contertulios andan muy desasosegados con lo que ocurre en este puñetero mundo. Con este suministro de entretenimientos embrutecedores que nos envían de todas partes. Alguien escribió que vivimos en la jauja del mediocre.

Conque llega el pintor y cuando pensábamos que nos iba a saludar con el alborozo y los abrazos de siempre, va el tío, se yergue, guarda un cierto silencio y, de pronto, suelta una ventosidad sonora y poderosa. “Os saludo. Esto es lo que se merece el mundo”. Sorpresa. Desde el fondo de la mesa el profesor responde con otra de no menos poderío. La tertulia parece un despliegue de relámpagos. Suenan más. Después, con cierta autoridad, el pintor propone: “No me miréis con ojeriza, hoy nuestra tertulia, lo diré con elegancia, será sobre flatulencias. Y espero de ti, escritorzuelo blandengue, que estés a la altura y seas notario de lo que aquí ocurre”.

El pintor está lanzado. Se empuja un licor café. “Comienzo yo. Juro que estas certeras frases las he leído sobre el Quijote: ‘Amigo Sancho, cualquiera se tira un pedo, díjole don Quijote a su escudero, después de ventearse el intestino frente a las recias aspas de un molino”.

Yo estoy a su lado y me toca: “¿Qué cuentas tú, escritorzuelo?”. Pero no me vengo abajo. “Conocí en mi infancia, en la aldea de Arzádegos, a un hombre fortachón, bebedor y festivo. Cierto es, le llamaban ‘O tío Luis Peideiro’. Era muy popular entre aquellas escasas diversiones de la posguerra triste. Era un as en lo suyo. Con su sarta de ventosidades se acercaba a las melodías de entonces. Bordaba con sus pedos aquella canción de Antonio Molina ‘Ay campanera”.

Todos miramos al profesor. Él se pone literario. “Gran amante de la escatología fue don Camilo José Cela. La anécdota es verídica. En una ocasión, aristócratas y políticos le homenajearon con una cena. Todo discurría tranquilo. De pronto, sonó una ventosidad formidable. Como si estallase la última bomba de palenque en una fiesta. Silencio sepulcral. Como la cena era en su honor, todos miraron para él, pero él se mantuvo impávido. De pronto, observó que su elegante vecina de mesa tenía el rostro enrojecido. Don Camilo, con voz serena, dijo en alto: ‘No se preocupe, distinguida señora, diré que he sido yo”.

“Parece cosa extraña el odio y la adversidad de los que no habiendo recibido del pedo más que beneficios, no sé por qué fatalidad, lo aborrecen”

Ahora habla el músico. “En una orquesta, el trasero sería la trompeta. Me viene a la mente aquella película de Almodóvar sobre la movida ‘Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón’. Las protagonistas, Carmen Maura y Cecilia Roth, diseñan y publicitan las bragas ‘Ponte’, que absorben los efluvios de los pedos”. Y añade: “Están en el mercado recipientes con olores personalizados. ¿Sabéis quién era Joseph Pujol?, pues un marsellés que vivió hasta primeros de siglo XX. Fue músico, juglar pedómano y estrella de circo. Tenía talento para apagar velas a distancia y tocar la corneta militar con el trasero”.

Ahora el psiquiatra, que siempre hace alarde de cultura. “Ya los griegos tenían culto a las ventosidades. Cuenta Laercio, historiador griego allá en el siglo III después de Cristo, que el emperador Alejandro Severo acompañaba sus discursos con intermitentes pedos. Claudio César promulgó que nadie detuviese la ventosidad, que era un beneficio para la salud. Creedme, parece cosa extraña el odio y la adversidad de los que no habiendo recibido del pedo más que beneficios, no sé por qué fatalidad, lo aborrecen y no osan pronunciar su nombre sin pedir perdón”.

(El filósofo dice: “Hubo pedos antes que palabras”. Cierto que la última palabra de Séneca fue una flatulencia de considerable estrépito. El sabio dice: “Un buen pedo ahuyenta a las brujas, los demonios y el mal de ojo”. 

No me olvido de Quevedo y de Villegas que tanto escribieron sobre el tema. Afirmaron: “El que practica este arte llega a viejo”.

La tertulia termina. Créame lector que quedamos aligerados. Nos vamos, ya en la puerta, el pintor remata: “Cuentan de aquella misa solemne, cinco curas cantaban en latín. Ay, sonó una gran ventosidad. De inmediato, el que oficiaba se volvió hacia sus feligreses y asistentes con el incensario en la mano. Sólo dijo: ‘Fue el Espíritu Santo”). 

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