Opinión

Volver al seno materno

Ha estado aquí de nuevo Arturo. Ya hablé de él. Trabajó en el “Cinc d´Ors”, la mejor librería de Barcelona. Es de un pueblo cercano al Barco.
Se acaba de divorciar, se ha jubilado y anda lleno de dudas. Para animarlo rememoro los felices años en aquel colegio “extraño” que fue el Cisneros. Allí nunca nos inculcaron ideas religiosas ni políticas. Era el abrevadero de los que venían rebotados de otros colegios y del extenso batallón varado en la jodida reválida de cuarto.

Pero estoy hablando de Arturo. Ahora viene con frecuencia al pueblo. Arregló su casa en la aldea y anda confuso. “Tengo que decidir, no puedo andar de aquí para allá, quiero asentarme. Tengo subrayado aquel verso en un libro: 'nunca has de volver al lugar donde has sido feliz'. Pero en mi aldea me siento como si estuviera en el seno de mi madre. El deambular por los empedrados caminos del pueblo me hace escuchar la banda sonora de la memoria. Escucho al campesino que lleva el carro de bueyes cargado y llama a cada animal por su nombre.

Contemplo las casas ruinosas de aquella generación que no conoció la luz eléctrica, el automóvil ni los cuartos de baño. Después, emigraron a Centroeuropa y todo mejoró. También yo me fui con mis padres a Cataluña. Apenas conocía la electricidad cuando subí a aquel lento tren rumbo a Barcelona.
Han pasado muchos años. Pronto empezaré a oler a viejo. Vuelvo al tiempo de estar solo. Pasaron los tiempos bohemios en que, de regreso a casa, me encontraba con la manguera de los barrenderos que lavaban la cara de la ciudad.

Estos días he recordado a mi abuela. Era muy religiosa, dada a los conjuros y a los presagios. Fíjate, en mi librería conocí a muchos escritores: García Márquez venía con frecuencia acompañado de Castellet, el maestro de la 'gauche divine'. Pues, mi abuela era un personaje de Macondo. Una mañana se levantó pálida y temblorosa y nos dijo: 'Esta noche dieron tres golpes en la puerta, sé quien fue, el tío Luisón. Le tengo ofrecidas unas misas y no he cumplido'.

¿Sabes?, los que estudian el cerebro afirman que con frecuencia tenemos los mismos sueños que nuestros antepasados. Hace días me atreví a entrar en su habitación. Encendí la luz y se iluminó una bombilla vieja y sucia. Me quede inmóvil. Pequeñas mariposas rondaron la lámpara. Supe que algo iba a suceder”.

(“Ayer me encontré con ella en la villa. Eramos casi niños cuando me partió el corazón. Venia con otra amiga. No pasaron los años por ella. Nos brillaron los ojos.
Tardé en ver la silla de ruedas”).

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