Opinión

Yo perdí una bota

Conocí a Camilo Blanes, Sesto se llamó porque era número seis de su familia. Fue a principios de los 80. Buenos tiempos. Yo trabajaba como letrista de algunos cantantes y me movía bien en el mundo de la farándula.

Conocí a Camilo en una cafetería ya mítica, un símbolo de Madrid, su fachada apareció en muchas películas y su barra estaba siempre llena de personajes. Cafetería Manila, sí señor, en el corazón de la Gran Vía, junto a Callao. Un lugar de culto. Yo iba con frecuencia: el jefe de los barman era Arturo, un chico nacido en el barrio de O Couto y que había aprendido el oficio al lado de los camareros de Auria. Eran los tiempos del gin-tonic. Ah, cuántas veces Arturo llenó discreta y disimuladamente mi vaso.

Te cuento de Camilo. Algún día por la semana iba con Cano. Lo recordarás, ha sido el mejor percusionista que dio Ourense. Falleció no hace tanto y todos tenemos un buen recuerdo suyo. Generoso y creativo, tenía el alma solitaria del jazzman. En esos años Cano era el batería de Massiel. Ella vivía muy cerca en la calle Leganitos y de vez en cuando acudía a la cafetería a charlar con sus músicos.

Lo cierto es que nos juntábamos en aquella mítica terraza mucha gente de la música. Acudían los músicos de la eurovisiva y los de la banda que acompañaba a Camilo. He de contarlo, pobtyr qué no. Cano, que era un santo, nos decía con tristeza cómo ella los humillaba, los metía en hoteluchos y si había algún error montaba unas broncas terribles. Decía él “Apenas ensaya y siempre nos culpa a nosotros. No sabes lo hartos que estamos del la-la-la”. Un periodista acertó a definirla “La tanqueta de Leganitos”.

Camilo era otra cosa. Llegaba acompañado por Andrea Bronston, una belleza. Le hacía voces, le cuidaba, se decía que era su gran amor. Qué hábil era espantando a los fans que siempre acosaban a nuestro hombre. Pero qué va. Él no era ese tipo arrogante y altivo. Todo una pose. Contaba muy bien los chistes, imitaba un poco cruelmente a sus dos colegas Raphael y Julio. Creo que se hubiera ganado bien la vida como humorista. Alguna vez apareció por la terraza la eterna Lucía Bosé. Jamás vi a ninguna mujer cruzar las piernas como ella. Recuerdo que intenté colarle algunas letras a Camilo, pero su letrista favorita era Lucía, que me huía.

El manager de Camilo sabía lo mal que trataba Massiel a los suyos. Cano hizo dos o tres bolos con el de Alcoy, alguna vez que enfermó su percusionista. Ah, Camilo, taciturno, delicado, frágil y escaso de calor humano. Enseguida levantaba el puente levadizo de su fortaleza justo antes de que se agolpasen sus fans. Al terminar su actuación un coche encendido lo esperaba y se encerraba en la habitación desolada del hotel. También podía fulminarte con sus azules ojos desvalidos.

Te narro lo que pasó con Cano. Allí estábamos en la terraza del Manila. Eran vísperas de una de esas giras en que Camilo daba la vuelta al mundo como Elcano. Tenía problemas con su banda. Eduardo, su manager personal, estaba sentado frente al ourensano. Algo se mascaba. Camilo estaba silencioso. De pronto Eduardo le espeta sin más a nuestro percusionista: “Cano, la semana que viene salimos para Puerto Rico. La gira será larga, venga, vente con nosotros, te doblamos lo que te paga esa diablesa. Piénsalo. Mañana te llamo”. El músico rió: “Yo no riño a mis músicos, les castigo a ver mis tostones de películas con Karina”.

Sería medianoche, paisanos al fin, acompañé a Cano a su buhardilla allá en la calle Limón. Qué casualidad, allí en el tercer piso teníamos nuestra entrañable editorial ‘La Banda de Moebius’. Atravesamos los callejones en silencio. No utilizó el ascensor, le vi subir pensativo y despacio las escaleras.

Cierto. Ni siquiera contestó a la llamada. Cano tenía su ética, su palabra y un compromiso. Fiel a su banda, se fue de bolos con Massiel.

(6 de noviembre de 1975. Franco agoniza, Madrid tensa, hierve. El poeta Antonino Nieto y yo, expectantes con nuestras entradas en las manos, estábamos a la puerta del teatro Alcalá-Palace. Se estrenaba 'Jesucristo Superstar'. De pronto aparecen varias camadas que gritan “Herejes y rojos de mierda”. Dan estopa aquí y allá. No sé cómo logramos entrar. Yo perdí una bota. Testigo es Tonino: le conté la aventura a Camilo y con carcajadas saludables me ofreció “Tengo en casa las sandalias de cuero que calcé aquella noche. Te regalaré una”.

No me la dio, pero de vez en cuando escucho su estremecedor ‘Getsemaní’ y me considero pagado).

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