Opinión

Ética y nuevas tecnologías

El tiempo que nos ha tocado vivir, ahora en plena pandemia, se caracteriza especialmente por una transformación radical y vertiginosa de las formas tradicionales de explorar la realidad. En alguna medida, la realidad actual, nos guste o no, es producto de lo que ha pasado, de lo que hemos heredado de nuestros antecesores y sería una soberana irresponsabilidad, por ejemplo, intentar transformarla desde cero, sin reconocer lo bueno o lo malo que nos han legado quienes nos precedieron. 

Sin embargo, hemos de reconocer que sí que se ha producido una transformación relevante que reclama nuevos enfoques para entender el sentido de la sociedad del conocimiento y de las nuevas tecnologías proyectadas en la Administración Pública de este tiempo. Unas tecnologías que, a pesar de las inversiones realizadas, no han estado a la altura de lo que se esperaba en este tiempo de la pandemia en el que los plazos administrativos han estado, como regla general, suspendidos.

Frente a los vertiginosos cambios que contemplamos, debiera cobrar más importancia el pensamiento abierto, el pensamiento dinámico, el pensamiento plural y el pensamiento complementario o compatible. La realidad de la pandemia nos muestra, a pesar de los pesares, concentración del poder y un afán de control y manipulación colosales que se aprovechan, en momentos de excepcionalidad, de la debilidad de unos valores que el formalismo colectivista o individualista borró del mapa mientras el consumismo insolidario adormecía las conciencias y el temple cívico de nuestra poblaciones.

 En el ámbito de las nuevas tecnologías, en el ámbito de la sociedad de la información, tenemos que ser conscientes de que hay que tender puentes sólidos entre nuevas tecnologías y dignidad humana, no vaya a ser que una apuesta importante en relación con las nuevas tecnologías pudiera abrir más la brecha en lo que se refiere a la calidad en el ejercicio de los derechos fundamentales por todos los ciudadanos. El buen gobierno, la buena administración, no puede olvidar que la sociedad del conocimiento ha de mejorar la calidad de la cultura cívica de las personas, pues de lo contrario estaremos desaprovechando una magnífica oportunidad para incidir positivamente en la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos.

Asimismo, se está produciendo lo que se ha denominado por algunos la quiebra de la tecnostructura o la quiebra del tecnosistema del que hablaron en su día Galbraith o Bell. En efecto, la tecnoestructura que, a veces, ha aparecido como una alianza sutil entre el Estado, el Mercado y los Medios de Comunicación, intenta a toda costa erigirse en el supremo intérprete del interés general acompañada de toda una maraña de lenguajes y procedimientos específicos que impiden el acceso de la gente común y corriente al proceloso mundo del espacio público, nunca tan cacareado como cerrado. Por eso, uno de los desafíos que tiene la sociedad del conocimiento, las sociedad de las nuevas tecnologías, es que los intereses generales dejen de estar dominados por los especialistas y se abran de una manera autentica a los problemas reales que tienen las personas. 

Por otra parte, como consecuencia de la emergencia de una nueva manera de entender el poder como la libertad articulada de los ciudadanos (Burke), resulta que es necesario colocar en el centro del nuevo orden político, social y económico, la dignidad de la persona. Hay que volver a reflexionar sobre la persona. Pero no sobre la persona desde una perspectiva doctrinaria liberal, que lleva a las visiones del nuevo individualismo insolidario, sino desde la perspectiva, insisto, del pensamiento complementario y compatible, que hace de la libertad solidaria un concepto central, por que no son dos aspectos distintos de la realidad de las personas, la libertad y la solidaridad, sino que son las dos caras de la misma moneda, y son dos características que deben tender a unirse y a ofrecer, pues, perspectivas de complementariedad.

Por eso, no es baladí que la Comisión Europea haya elaborado una guía de principios éticos para la inteligencia artificial con el fin de estas nuevas tecnologías se gestionen siempre y en todo caso al servicio del ser humano. Regulación y ética han de ir de la mano pues, de lo contrario, como ya pasa, estos fenomenales y fantásticos medios como son las nuevas tecnologías podrían ser los grandes azotes de una humanidad presa de esa tecnoestructura insensible a la dignidad humana.

 Esperemos que este renacer ético no sea un simple barniz, una simple cuestión formal, sino que implique un compromiso radical y coherente. En 2021, o caminamos en esta dirección, o regresaremos a la esclavitud de antaño y, por supuesto, a contemplar sobrecogidos los privilegios y prebendas de esa nomenclatura que amenaza altiva y soberbia a quienes no se pliegan a sus dictados. Ojalá seamos conscientes de la magnitud de la tarea que se cierne sobre las personas que no quieren, de ninguna manera, caer en la sumisión y en la esclavitud. 

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