Opinión

Lo políticamente correcto

Es bien conocida la cita de F. Shaw sobre la libertad: libertad implica responsabilidad: por eso le tienen tanto miedo la mayoría de las personas. No es, ni mucho menos, un gran descubrimiento señalar que una de las principales características que definen el mapa ideológico y político de fin de siglo fue el miedo a la libertad. 

Tampoco es ningún misterio, me parece, afirmar que no pocos prefieren aliarse con un mediocre conformismo y llevar una vida plana que evite cualquier sobresalto procedente de la muy noble, y necesaria, actividad de pensar, y, consecuentemente, actuar coherentemente. Por ejemplo, ¿cómo es posible la continua insistencia en la preservación de los derechos humanos y, simultáneamente, que aumente la pobreza y el número de atentados a esos derechos inalienables?. 

Thomas Pavel advertía en uno de sus escritos de que la “political correctress” trae su causa de un colectivismo particularista heredado de la pasión por la igualdad, en detrimento de la libertad individual. Otra característica de este poderoso fenómeno es la imposición de la discriminación positiva,  valga la redundancia, sin discriminación,  y la tendencia al fundamentalismo. Sí, de ese fanatismo del que escribió Holmes que “la mente del fanático es como la pupila de los ojos; cuando más luz recibe, más se contrae”. ¿Por qué? Porque el fundamentalista o fanático ve con tanta claridad lo que le parece lo único posible que no se explica para qué sirve la libertad.

Esta descripción del fundamentalismo les recordará aquello de Lenin de “libertad, ¿para qué?”. Pues libertad, para trabajar, para convivir y, sobre todo, para poder elegir con criterio. Libertad para opinar, para expresar las convicciones sin ser discriminado. Libertad, siempre libertad, aunque no nos gusten o convenzan las posiciones de los otros.

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