Opinión

Populismo y 
antieuropeísmo

La evolución del proyecto europeo, hoy a la deriva, es una de las causas del crecimiento exponencial del populismo en toda Europa. En efecto, la renuncia a las señas de identidad del viejo continente está provocando una crisis sin precedentes en el mismo corazón de la construcción europea. La ausencia de un planteamiento claramente humanista que apueste por la justicia y la solidaridad ha convertido a Europa en el espacio de los mercaderes y al dinero en el principal ídolo ante el que inclinar la cabeza. El denominado déficit democrático de la Unión Europea, tan real como inquietante, ha permitido que los argumentos demagógicos y populistas accedan al mismo Parlamento europeo. Una institución, por cierto, necesitada de reformas y transformaciones para que efectivamente sea lo que deben ser: la voz de la soberanía popular europea.

Todos conocemos el grado real de conocimiento que existe entre la ciudadanía del proyecto europeo y todos, más o menos, somos conscientes del dominio tecnoestructural y burocrático que caracteriza la toma de decisiones en el seno de la Unión Europea. Las encuestas que periódicamente se realizan al interior de los países miembros acerca de la opinión ciudadana en relación con el funcionamiento y la efectividad de las políticas públicas de la Unión Europea, dejan en muy mal lugar a la misma Unión y a sus dirigentes sin que, hasta el momento, percibamos una reacción adecuada a la gravedad de las razones que se están cargando un proyecto que siendo cultural y político en su finalidad, se está quedando prendido en las ramas del tecnosistema.

Por una parte, se suele culpar a la Unión Europea, tanto desde la izquierda como desde la derecha, de hurtar a los electorados nacionales decisiones capitales en materia de economía e inmigración. Europea precisa activar sistemas de participación ciudadana que, más allá del Parlamento Europeo, permitan que la voz real de los ciudadanos acceda al corazón de las políticas públicas más relevantes para la calidad de vida de los ciudadanos. Obviamente, el populismo no desaprovecha esta oportunidad que le sirve en bandeja la tecnoestructura dominante y con habilidad y perspicacia se han hecho con una bandera democrática tan importante como la de la participación.

Por otro lado, los populismos juegan ordinariamente a un nacionalismo que reclama, a veces virulentamente, la vuelta a la soberanía nacional, a decidir por separado. En una palabra, a no compartir el proyecto europeo con los demás socios, con el resto de los vecinos de este proyecto común. En este ambiente abreva, y de qué manera, una modalidad de populismo antieuropeista que reclama la destrucción de la UE para regresar a la situación anterior.

En este contexto, el populismo solicita que terminen las políticas de austeridad promovidas por Bruxellas que según ellos tanto daño hace a la estabilidad de la clase media, hundiendo en la miseria a los que menos tienen y a los que menos ganan según pregonan con ocasión y sin ella. También encontramos reclamos populistas exigiendo que se deje de ayudar a los países que se encuentran en peores condiciones económicas o que han sido presa de la crisis económica. En otros términos, ¿Por qué han de pagar constantemente los alemanes y los austríacos las deudas de los países del Sur de Europa?

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