Opinión

La reforma del Estado de bienestar

La crisis del Estado de bienestar en su dimensión estática es hoy una realidad.  En este tiempo, la intervención de los poderes públicos en la vida social no tiene más justificación que la defensa, protección y promoción de los derechos fundamentales de las personas. Parece que el tiempo en que todos los problemas sociales, de cualquier índole se confiaban a la acción benefactora, mágica, del gasto público y de la burocracia, pasaron a la historia.

El Estado, que está al servicio objetivo del interés general, del bienestar general e integral de todos los ciudadanos, se olvidó, y no pocas veces, de los problemas reales de los ciudadanos y apostó por actuar, ahormando a la sociedad, controlando y haciendo dependientes a los ciudadanos a través de una desenfrenada carrera de gasto público. 

Tal panorama se produjo por causa de la acción de dirigentes, de todos los colores, que pensaron que la acción pública encierra en sí misma un efecto taumatúrgico que todo lo transforma en justo, igual y benéfico, especialmente para los desfavorecidos y excluidos del sistema. Las cosas, sin embargo, no ocurren así. Edgar Morín,  conocido sociólogo francés, demostró años atrás, en el ocaso de la presidencia de Miterrand, que los servicios sociales galos no eran más eficaces por más funcionarios o gasto público que se destinara a esta gran tarea. La clave estaba en que no se reparó en cómo se podía atender más humanamente a estas personas y en que se pensó que tales tareas podían hacerse desde la función pública, sin concurso de las instituciones sociales.

La reforma del Estado actual hace necesario colocar en el centro, en el corazón de su ser, a las personas, a los ciudadanos corrientes. Es menester pensar más en las personas, no en ese concepto abstracto de ciudadanía que a nadie representa como no sea a la casta dirigente. Es necesario tener más presente en la actividad pública la preocupación por las personas, por sus derechos, por sus legítimas aspiraciones, por sus expectativas, por sus problemas o por sus dificultades.

El modelo de Estado del Bienestar estático acabó por ser un fin en sí mismo, como el gasto público y la burocracia. Se olvidó de su finalidad constitutiva y acabó siendo el mayor enemigo de los ciudadanos, sea gestionado por la derecha o por la izquierda. Hoy, sin embargo, desde una perspectiva abierta, plural, dinámica y complementaria de un interés general vinculado a la promoción y garantía de los derechos de las personas, el modelo del Estado de bienestar dinámico se nos presenta como una oportunidad para la libertad solidaria de los ciudadanos, como una institución protectora, defensora y promotora de la dignidad de todas las personas. Casi nada.

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