Opinión

Normandía

En la derrota definitiva, cuando invade esa sensación de fin de fiesta que impide tragar saliva y corta el apetito, uno envidia el verde del jardín del vecino e imagina lo que pasaría si el maldito fútbol o baloncesto te emocionase lo mismo que la colombofilia. Menos canas prematuras, el ahorro de todo ese dinero invertido en bares y abonos a plataformas televisivas, más tiempo para estar con pareja, amigos y familia.
Esos pensamientos se empiezan a disipar con los primeros sudores del verano, la confirmación de los fichajes en el otoño y las buenas victorias del invierno. Cada temporada es una vida nueva –80 campañas pasaremos, con suerte, agarrados a ese escudo -, y la llegada de la primavera vuelve a ser el anticipo de una semana como esta, con la previa a un momento de esos que cortan el aire. Ese que te hace pensar que todo lo hecho en la temporada –en la vida- desemboca aquí. Como el día que te vas de casa a estudiar a la Universidad, mientras coges las llaves de tu nuevo piso y con un retortijón recuerdas la cantidad de veces que cruzaste el rellano rumbo al instituto. O como cuando tuviste que elegir camisa para tu primera entrevista de trabajo. Hitos que para los que el deporte no es colombofilia se repiten año tras año. Un ascenso, un descenso, un derbi como este. Choques insertados en un calendario que intentas acelerar a la espera del Día D, Hora H. Un punto que, cuando llega, te devuelve el sabor metálico de la derrota de tu vida anterior, y entra el pánico. “En este momento os lanzáis a la gran cruzada para la que nos hemos preparado durante tantos meses”. Lo dijo Eisenhower antes del Desembarco de Normandía; lo pensará el Paco Paz esta tarde  a las 19.00 horas.

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