Opinión

LA CONSTANCIA

Estudié el bachillerato en el Colegio La Salle de Santiago de Compostela, desde cuarto curso hasta el último, el preuniversitario. Todos los viernes nos entregaban la cartilla con las notas de la semana para llevar a casa, empezando por el que las tenía mejores y terminando en el último, con las peores. Las íbamos recogiendo y quedábamos de pie por ese orden.


Un compañero de clase casi siempre estaba entre los tres que mejores notas sacaban, y la mayor parte de los viernes era el primero de la fila. Las matemáticas se le daban tan bien que nos solucionaba cualquier problema que tuviésemos los demás alumnos e incluso los profesores.


Inició exactas, creo que se llamaba de aquella a la carrera de matemáticas, y al mismo tiempo comenzó a pasar las tardes jugando al póker en un bar de la calle San Pedro de Mezonzo. No consiguió finalizar la carrera y terminó opositando a una plaza de funcionario público en aquella ciudad. Siempre lo recordé como ejemplo de aquello que tanto oía a mis padres de pequeño, 'hace más el que quiere que el que puede'.


Y la falta de constancia no solo fue el problema de aquel alumno aventajado para las mates sino que es nuestro peor defecto, junto al de la envidia. Trabajamos poco, y paramos mucho para la 'fiesta' y para disfrutar de los 'puentes' y vacaciones, como dicen de nosotros, al mismo tiempo que nos critican, los alemanes.


Siempre que he viajado a los países del centro y norte de Europa, sin haber estado durante mucho tiempo en ninguno de ellos, me han parecido más educados y constantes, y menos derrochadores. Solo hay que ver lo mucho que utilizan aún la bicicleta los habitantes de Holanda, Dinamarca y Suecia, para acudir a los lugares de trabajo. Y a pesar de que también cuando era más joven oí infinidad de veces que los alemanes eran 'cabezas cuadradas' no me dio esa impresión cuando visité distintas ciudades de Alemania.


Al mismo tiempo que se nos da muy bien la crítica -somos tan estúpidos que creemos a todos los demás menos inteligentes e 'intuitivos' que nosotros-, nuestra falta habitual de organización nos hace tener que resolver continuamente problemas que surgen precisamente por la imprevisión, y que a otros no les sucede porque programan las soluciones para las dificultades inesperadas. Decía muy bien J. P. Sergent que el éxito no se logra sólo con cualidades especiales, si no que es sobre todo un trabajo de constancia, de método y de organización.


La constancia es indispensable para lograr el éxito en cualquier profesión. Digo éxito con toda la prevención del mundo, porque a muchas personas -espero que no sea usted una de ellas- esta palabra, lo mismo que competición, no les gusta nada. Competir para alcanzar el éxito puede no ser bueno para algunos de nosotros pero no tengo duda que es lo mejor para la sociedad, ya que es la única forma de que las personas excelentes y persistentes lleguen a ocupar, merecidamente, los mejores trabajos.


Cuando era pequeño veía regresar a Emilio, un marinero de mi aldea ya fallecido, todas las tardes del puerto, unas veces después de haber finalizado la pesca y otras después de haber estado hilando las redes en la caseta, por no haber podido salir a pescar a causa del mal tiempo. Por su constancia, y por no perder el tiempo en el bar como hacían otros, llegó a ser un pescador extraordinario. ¡Ojalá los Reyes Magos nos hayan traído perseverancia, que tanta falta nos hace!


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