Opinión

El “nuevo” ahorrador

La salida a bolsa de una empresa, sea de las características que sea, es un paso que debe ser muy madurado y pensado, hasta cierto punto conservador y fruto de un deseo de crecimiento. Las implicaciones de la misma afectan a todos los aspectos de la compañía, y es que, en definitiva, cuando una empresa toma esta decisión, lo hace consciente de que pasa a ser pública y que los distintos grupos de interés -incluidos los medios de comunicación- van a ponerla en el foco.

Que una compañía dé este paso tan trascendental puede tener numerosos motivos. El más evidente es que la Bolsa permite a las compañías acceder a nuevas fuentes de financiación, que redundan en un refuerzo de los planes de crecimiento empresarial, orgánico o inorgánico, dependiendo de las necesidades. 

Adicionalmente, estar en bolsa incrementa la notoriedad de las compañías, lo que a su vez tiene múltiples efectos positivos con clientes, proveedores y empleados. El reconocimiento ayuda a retener clientes, captar otros nuevos y, en general, a generar confianza. Por otro lado, parece claro que estar en bolsa funciona como un excelente imán para retener y captar talento. 

Desde el punto de vista de la gobernanza, no cabe duda de que cotizar promueve y potencia cambios internos que redundan en una mejor reputación, con todo lo que ello implica. Por último, las acciones que cotizan cuentan con una valoración de mercado permanente, otorgado por los inversores, lo que a su vez permite afrontar operaciones de fusión o adquisición para el crecimiento de forma más equitativa. En definitiva, múltiples beneficios que incrementan el potencial de las empresas en múltiples ámbitos.

Una vez iniciado el proceso, los accionistas pasan a ser copropietarios de la empresa. Los inversores pueden ser profesionales o minoristas. Los primeros comprenden mejor la naturaleza y los riesgos de los mercados, mientras que los segundos, que cuentan con mayor protección por parte de los reguladores, tienen menos conocimientos y experiencia en este ámbito. 

En 2021, por primera vez en el presente siglo, los pequeños inversores han sido los más activos en el mercado estadounidense. La pandemia, el descenso de las comisiones, el mejor acceso a la información de mercado y el desarrollo de aplicaciones de inversión cada vez mejores han actuado como catalizador para este hito. Está por ver si la tendencia se consolida a lo largo del presente ejercicio, pero lo que sí parece claro es que el pequeño inversor es cada vez más relevante. 

En Europa, sin embargo, las cifras difieren. Aunque la tendencia creciente del minorista en bolsa es la misma, las familias europeas son, de media, la mitad de activas en los mercados que las norteamericanas. España además está lejos de otros grandes países europeos en este aspecto. Es cierto que en 2020 las familias aumentaron ligeramente su participación en la propiedad de las acciones cotizadas, pero lo hicieron rompiendo una tendencia a la baja de cinco años

Es en este punto en el que tienen que trabajar las autoridades, instituciones, mercados y los emisores, empoderando al inversor particular en bolsa para que tome decisiones informadas, dotándole de las herramientas y la protección necesaria para ello. Las propias familias, además, tienen que ser conscientes de que deben poner de su parte, asumiendo que los mercados financieros no son un juego y esforzándose por asumir cada vez más y mejores conocimientos – aumentando su cultura financiera-. Se trata, en definitiva, de canalizar el ahorro de los pequeños inversores hacia activos diferentes del inmobiliario y que van mucho más allá de la mera cuenta bancaria, ayudándole a ser más eficiente en sus decisiones de ahorro y a diversificar sus inversiones.

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