Opinión

El poder de las emociones

La mayoría de los hombres tenemos dificultades para mostrar nuestras emociones públicamente. Contamos con un absurdo, constante y generalizado afán por ocultar esas reacciones totalmente humanas y automáticas a estímulos relevantes para nosotros. Eventos internos como imágenes, sensaciones corporales o pensamientos, y también eventos externos como personas o lugares, dan significado a la aparición de las emociones. 

En marketing y comunicación muchos autores hablan de la importancia del storytelling para las marcas, de la creación de guiones corporativos que generen una historia de vida, una razón de ser de las marcas para que los públicos se identifiquen con ellas y se conviertan en clientes. Esa historia de la marca, esa razón de existir, conseguirá cautivar a sus públicos siempre y cuando logren generar eventos que emocionen a sus futuros clientes. Las marcas flirtean con nosotros, nos emocionan hasta conseguir nuestra fidelidad, como si de una relación humana se tratara, intentando ocultar nuestra capacidad racional. Porque los humanos, como señaló Descartes, cuentan con un dualismo entre cuerpo y espíritu, o entre res extensa y res cogitans como él decía, que desliga las emociones y las pasiones del mundo racional. 

La publicidad que vende es la que emociona, es la que crea una lovemark, que alcanza una relación con el consumidor mucho más allá de su producto o servicio. Se produce entonces una relación íntima que juega con los vínculos emocionales con clientes y no clientes, incluso con grupos de públicos, a primera vista, heterogéneos. La tensión emocional, a la que nuestra sociedad ha derivado durante esta pandemia, ha provocado el desarrollo de la empatía como una característica clave de la personalidad de las marcas. 

Las marcas que empatizan con los públicos emplean la inteligencia emocional. Escuchan y entienden de verdad a sus públicos, no de boquilla. Comparten con ellos sus necesidades, las hacen propias, aconsejan y ayudan a conseguir las aspiraciones de su audiencia. La empatía refuerza la experiencia con la marca y su conexión emocional genera entornos estimulantes y positivos. 

Para resultar empáticos es necesario identificar los estados de ánimo de los públicos de las marcas. Eso sí, sin necesidad de que los expresen, porque a muchos no nos gusta manifestar nuestros sentimientos. Si las marcas consiguen entender sus miedos o sus ilusiones serán capaces de precisar lo que necesitan y aportarles la solución más acertada. 

Esta empatía entre marca y público con el objetivo de generar emociones ha traspasado el ámbito físico. Las marcas digitales toman conciencia de las capacidades del territorio digital como un espacio de expresión de emociones. Así, consideran el ecosistema global de internet como un lugar de experiencia, un espacio en el que habitamos y convivimos donde las marcas generan eventos emocionantes. 

El verdadero oro en internet son los datos a los que las diferentes empresas tienen acceso, para así modelar sus negocios y dirigirlos a dianas eficientes. La IoT -Internet of Things- a través de la interconexión de múltiples dispositivos da como resultado una gran variedad de fuentes de datos y aporta información que podría servir para analizar el comportamiento humano. 

Si las marcas aprenden sobre nosotros mediante la IoT, el análisis de esos datos dará lugar a la IoB -Internet of Behavior- que podrá impactar sobre nuestros comportamientos muchas veces derivados de emociones. Para simplificarlo, si nuestro teléfono registra nuestros pasos, dieta, patrones de comportamiento del sueño, glucosa, etc., no será difícil que dentro de un tiempo las marcas utilicen esos datos para sugerirnos modificaciones en nuestros hábitos mediante emociones y conseguir su objetivo, vendernos sus productos y que los compremos. 

Llego así a la conclusión de que aunque tenga serias dificultades para mostrar mis emociones me queda poco tiempo para que las marcas las conozcan casi antes que yo.

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