Opinión

¡Qué bueno es Dios!

El día 10 de marzo, en el Seminario Mayor de nuestra ciudad, se ordenaron de diáconos, paso previo para la ordenación sacerdotal, Fran y Adrián. Hablando con Fran sobre este paso trascendental en su vida comentábamos los miedos y responsabilidades que uno siente en este momento decisivo y me contaba una anécdota que refleja maravillosamente lo que supone el sacerdocio y cómo afrontarlo.

Y viene muy bien la anécdota ante el “Día del Seminario” que centra la atención de nuestra Iglesia en el mes de marzo ante la fiesta de San José, patrón de los seminarios. En este año la Iglesia ha escogido como lema: “El Seminario misión de todos”. Porque refleja muy bien lo que debe ser eta institución fundamental diocesana. Nada sería ésta sin la ayuda a todos los niveles, de cada uno de los fieles diocesanos, la oración, el ánimo y acompañamiento en casa y las aportaciones económicas.

Resulta que un niño de catecismo, pequeño, siete u ocho años, había oído en su casa que Fran iba a ser sacerdote. Con el candor propio de su edad le pregunta a Fran si es verdad que va a ser cura, éste le contesta que sí, que es verdad, el niño comenta “eso es muy grande”, “por supuesto” le contesta Fran, a lo que el niño comenta: “¡Es que Dios es muy bueno!”. Fran, movido por tal respuesta se atreve a decirle al niño si él no ha pensado en ser sacerdote, y el niño le responde “yo no soy bueno”. Seguro que es más bueno de lo que él se cree. Pero en su inocencia le explicó al futuro diácono la clave para entender su vocación: es que Dios es muy bueno. 

No somos sacerdotes por nuestras cualidades, por nuestros méritos; no es algo que se nos ha ocurrido para tener relevancia social o buscar una salida laboral en tiempos de crisis. Lo somos porque Dios, en su infinita bondad, nos ha llamado, nos ha elegido, para realizar sus veces, para llevar a cabo una labor que supera nuestras capacidades. Es cierto que cuenta con nuestro esfuerzo, pues, como afirma el célebre refrán “a Dios rogando y con el mazo dando”, pero sólo con nuestras capacidades y esfuerzos sería imposible llevar a cabo lo que Dios nos encomienda.

Manifestar a los hombres la bondad de Dios, en actos bien concretos; llevarles a los que nos rodean consuelo, alegría, compañía, amor, acercarlos a un Dios maravilloso, perdonar sus pecados en nombre de Dios, alimentarlos con la Eucaristía… es algo que no está al alcance de los humanos; si Dios no fuera tan bueno que se nos acerca de tal manera que nos permite utilizar su fuerza, su sabiduría, su bondad para que los demás puedan disfrutar de él y de su compañía. Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, que somos cada uno de nosotros, pero, por la bondad de Dios, siguen siendo útiles y necesarias. 

Cuántas lecciones nos dan los niños: ¡Qué bueno es Dios!

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