Opinión

'Sé de quien me he fiado'

En la sociedad actual, la fidelidad se ve muchas veces olvidada, cuando no traicionada. Vemos, con frecuencia, como después de poner la confianza en alguna persona o institución a veces nos vemos defraudados e incluso traicionados. Faltan líderes auténticos con capacidad de atraer y sacrificarse. Por otra parte, en todos los campos de la sociedad existen personas que hoy deslumbran y mañana son postergados al olvido.

Por eso el lema para el día del seminario en este año tiene una profunda actualidad precisamente en el “Año de la Fe” que está viviendo la Iglesia: “Sé de quien me he fiado”(2 Tim, 1, 12). Quedan reflejados dos aspectos fundamentales de la vocación sacerdotal: la confianza en Dios, que nos llama al sacerdocio y el saber dar razón de nuestra fe que no está reñida con ella, sino que la complementa.

Estos aspectos los recalca el señor obispo en su carta pastoral, que se viene comentando estos domingos de Cuaresma en esta sección. Al hablar de los agentes de la nueva evangelización dedica un apartado a los seminaristas, a los que en este año de episcopado ha dado múltiples muestras de su aprecio y cercanía, recordándoles cuestiones que vienen a subrayar lo que la campaña de este año nos pone de manifiesto.

Por un lado nos habla de que para ser un auténtico sacerdote “se requiere una profunda formación en la vida espiritual, con una experiencia personal honda de la vida cristiana”. Solamente desde el encuentro personal con Dios se le puede mostrar a todos los hombres. “Por eso, lo más importante en el camino hacia el sacerdocio, y durante toda la vida sacerdotal, es la relación personal con Jesucristo”, según afirma monseñor Lemos. Es el camino que abre a la fidelidad en la vocación.

Al lado de esta confianza, que nace del trato asiduo y personal con Dios en la oración y en los sacramentos, resalta la necesidad de una “profunda formación intelectual tanto en el campo de la Filosofía y de la Teología, como en el conocimiento de las demás ciencias humanas”. “Os ruego encarecidamente: ¡estudiad con tesón! De ese modo estaréis preparados para dar razón de vuestra fe, esperanza y vocación a quien os lo pida”.

Los dos pilares de la vocación cristiana y sacerdotal son la fe y la razón. Conocemos, a aquél que nos llama a seguirle y por eso nos fiamos de él. No es decisión ciega, fideísta, sino una determinación en la que el conocimiento de Dios nos lleva a fiarnos de Él: “Sé de quien me he fiado”. Con palabras del obispo, tomadas de S. Pablo, “el que quiere ser sacerdote, debe ser sobre todo un hombre de Dios”. Debe cultivar las virtudes humanas “necesarias para presentar la fuerza humanizadora del seguimiento de Cristo”, sin olvidar que la fe, la confianza sostiene su vida.

De ese modo los seminaristas serán los primeros animadores vocacionales. “La presencia de un seminarista alegre, sano, piadoso, deportista, inteligente y servicial es la mejor campaña vocacional permanente que se puede plantear y ofrecer en el mundo de hoy”.

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