Opinión

Santos imperfectos

Hace ya bastantes años leí un maravilloso libro de Jesús Urteaga que lleva por título “Los defectos de los santos”; en él el autor iba contando como todos los santos habían tenido defectos, pero habían llegado a ser santos por el esfuerzo en crecer en virtudes y así aminorar los defectos y siempre con el auxilio de la gracia de Dios. Ya el título llamaba la atención, pero lo que más me impactó, entre otras muchas ideas que desarrollaba el autor, era un último capítulo que venía a llamarse algo así como “El defecto que no encontré en los santos”, ¿qué cuál era?: la tristeza.

En este mes de marzo, la Iglesia propone pedir de modo especial por las vocaciones al sacerdocio, coincidiendo con la fiesta de san José que se celebra mañana. A raíz de ello me he acordado del libro antes citado. Los sacerdotes, y los candidatos al mismo, los seminaristas, no son santos, o al menos no carecen de defectos; pero sí son personas que hacen el esfuerzo porque las virtudes sean mayores que los defectos. Aquello tan recordado de que no se es santo porque no se tengan pecados, por no caer nunca, sino por levantarse siempre. 

Hoy puede parecer difícil ser sacerdote, puede parecer incomprensible entregar la vida a los demás en el servicio que la Iglesia pida, no está revestida la condición sacerdotal de aquella aureola de prestigio de hace años, los defectos sangrantes de algunos han llevado a incluirnos a todos en el mismo saco… De acuerdo, todo esto es cierto, pero también lo es que tenemos tantos sacerdotes ejemplares, tantos que han gastado su vida en medio de nuestras gentes, atendiéndoles espiritual y materialmente, sacerdotes que siguen socorriendo a esas personas a las que nadie llega, curas de pueblo que mantienen viva la fe y la esperanza de tanta gente a la que nadie más que ellos va a ver. El papa Francisco dice que salgamos a las periferias; una de esas periferias son nuestros pueblos diminutos donde permanece la presencia del sacerdote y algunos pocos, muy pocos, vecinos. 

Cuando hablamos de los defectos de los sacerdotes no se debiera olvidar su esfuerzo por levantarse cada día. Esta maravillosa vocación la sigue planteando el Señor a tantos jóvenes hoy en día; que tienen defectos, por supuesto, que no da prestigio, evidente, pero que es grande, ilusionante, capaz de llenar una vida y de ayudar a llenar las de los demás, también. Ahí tiene su raíz la alegría, en saberse amado de modo predilecto por Dios, elegido para hacer sus veces en medio del mundo.

Que tenemos defectos y pecados, claro, pero nunca debemos perder la alegría de saber que con Dios todo es posible. Vamos, que tratamos de ser santos, aunque imperfectos.

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