Opinión

El Seminario, misión de todos

En nuestra ciudad de Ourense, el Seminario Mayor es conocido como aquel edificio que se ve en la colina de Vistahermosa y que llama la atención por su ubicación y majestuosidad. Algunos hasta se han acercado para contemplar la ciudad desde uno de los lugares que ofrece una espléndida vista panorámica de la misma.

 Los que hemos sido formados en esta institución conocemos la luminosidad de su interior y algunas curiosidades de su construcción que hoy resultan llamativas, cuando menos. En todas las habitaciones del Seminario existían unas placas de cristal, colocadas sobre la puerta, en donde estaba grabado el nombre de la persona o institución que había colaborado económicamente para poder llevarlo a cabo; en ellas aparecían desde nombres de familias a parroquias, personas concretas, sacerdotes y laicos que ayudaron a financiar esta magna obra. Algunas de ellas todavía las conservamos como testimonio de esa generosidad.

Sería interesante examinar la historia de este centro para constatar el esfuerzo y sensibilización llevados a cabo tanto por el obispo Blanco Nájera, que decidió construirlo, como por el rector de entonces, el inolvidable Manuel Gil Atrio. Y habremos de recordar que las obras se realizaron a la vez que las del Santuario de Fátima. Dos edificios señeros y dos personajes entusiastas que las promovieron: don Manuel y don José respectivamente. Hasta el punto de que el 4º Mandamiento de la Iglesia se concretaba en esta diócesis en estas dos construcciones. Y el pueblo respondió generosamente con inmensas aportaciones de todo tipo.

Sí, el Seminario es fruto de la generosidad de muchas personas concretas de nuestra diócesis. Es esta una muestra palpable de lo que el lema de la campaña del Seminario de este año nos quiere hacer llegar. “El Seminario es misión de todos”, desde su realidad material hasta lo más importante, el fomento y cuidado de las vocaciones al sacerdocio.

En las visitas pastorales el señor obispo se encuentra con que le solicitan sacerdotes para las distintas parroquias, “mándenos un cura”, pero eso es imposible si antes no nos preocupamos por fomentar la vocación sacerdotal. El sacerdote es indispensable en la Iglesia, sin él no tendríamos la celebración de los sacramentos, centro de nuestra vida cristiana, pero si desde la familia, la parroquia, los distintos grupos de la realidad eclesial no apreciamos, fomentamos, valoramos, la labor sacerdotal, difícilmente van a aparecer jóvenes y no tan jóvenes dispuestos a entregar su vida por Cristo .

En esta etapa sinodal en que se encuentra nuestra iglesia diocesana es necesario descubrir que Dios sigue llamando, que sigue siendo posible poner completamente la vida en sus manos, que el sacerdocio es una vocación de plenitud humana y cristiana. Sí, el Seminario sigue siendo misión de todos, desde lo material hasta lo inmaterial. 

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