Opinión

Siempre alegres

Hace ya algunos años, con motivo del seguimiento de un programa de ayuda internacional desarrollado por Caritas Diocesana de Ourense, tuve la fortuna de compartir unos días con dos compañeros sacerdotes que desarrollaban su labor pastoral en Jipijapa, Ecuador, en la misión que nuestra diócesis lleva a cabo en aquellas tierras. 

Un lugar hermoso, lleno de niños sonrientes, pero sumamente pobre, todos los días aparecían múltiples necesidades que atender, el dispensario no tenía suficientes medicinas para atender a tanta gente como acudía, un territorio tan amplio que a duras penas podían visitar, unas condiciones de vida más que austeras. En aquel ambiente, entre otros, hubo un detalle que me llamó poderosamente la atención.

Todas las noches, cuando nos acostábamos, bastante cansados después de los múltiples ajetreos y líos del día, uno de aquellos sacerdotes abría la puerta de su compañero y le hacía siempre la misma pregunta, con una amplia sonrisa: “¿estás contento?”.

Cuando el papa nos invita a vivir la alegría del evangelio, "Evangelii gaudium", me vienen a la mente ésta y otras muchas situaciones donde los cristianos, y por ende los sacerdotes, viven la alegría de su entrega; en medio de tantas dificultades materiales, de privaciones, de falta de todas esas cosas en las que nuestra sociedad opulenta de occidente considera necesario para ser felices, viven su vida colmados de alegría.

¿De dónde puede arrancar esa alegría? El mismo papa Francisco, otro buen ejemplo de alegría, nos responde: “de sentirse infinitamente amados por Dios”. Si realmente somos conscientes de esta verdad no seremos cristianos con cara de Viernes Santo, como él nos dice, sino que transmitiremos esa alegría a los demás.

En esta sociedad a veces tan amargada, tan apegada a tantas cosas materiales, tan triste, estamos llamados, los cristianos, a mostrar la alegría de sabernos amados por Dios.

El lema del Día del Seminario de este año, la alegría de anunciar el Evangelio, nos insiste en esta característica que debe adornar a todo verdadero seguidor de Jesucristo. Los seminaristas que se forman en nuestros seminarios tienen que tener esa nota distintiva; no puede uno seguir plenamente al Señor si no ha descubierto que es inmensamente amado por Dios. Signo inequívoco de una vocación es la alegría; con amargura no se puede servir a Dios y a los demás, pues como refleja el dicho: un santo triste es un triste santo. Siempre, en la Historia de la Iglesia, los grandes santos han sido apóstoles de la alegría que brota de la misma esencia cristiana que es el gozo de la mañana de Pascua.

Además es una exigencia que brota de las esencias evangélicas. Ya lo dice San Juan en su evangelio cuando afirma que la alegría que brota de seguir a Cristo ya nadie os la podrá arrebatar (Jn. 16,16-22).

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