Opinión

Desde el humilde servicio

La celebración litúrgica del Jueves Santo es una de las más hermosas e intensas del año litúrgico. En el Cenáculo Jesús pronunció las palabras sagradas de la institución de la Eucaristía y es también la cuna del Sacerdocio ministerial: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19). Al decir “haced esto”, el Cristo no sólo señala el acto, sino también el sujeto llamado a actuar, es decir, instituye el Sacerdocio ministerial, que pasa a ser, de este modo un servicio constitutivo de la misma Iglesia. También en el Cenáculo se contempla que, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). El evangelista recuerda un gesto de humilde servicio: el lavatorio de los pies. Y en este contexto de entrega hasta el extremo, Cristo deja el mandamiento nuevo: “Que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34).

Jueves Santo es, por tanto, el día de la Eucaristía, del Sacerdocio ministerial y del Amor fraterno. Tres regalos excepcionales que nacieron en el mismo Cenáculo y que necesitamos acoger y vivir con intensidad en el camino sinodal que ha emprendido nuestra Diócesis. La relación entre Eucaristía e Iglesia es tan profunda y tan íntima que ni la Eucaristía podría existir sin la Iglesia, ni puede haber Iglesia sin Eucaristía. Esta es fuente inagotable de la sinodalidad eclesial.  Concretamente, el camino sinodal de la Iglesia se plasma y se alimenta con la Eucaristía. En efecto, la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo tiene como consecuencia que aunque seamos muchos, somos un solo Pan y un solo Cuerpo, porque participamos de un solo Pan. El banquete eucarístico expresa y realiza el “nosotros” eclesial (Sinodalidad, n.47). 

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