Opinión

La Eucaristía en el sínodo

Los acontecimientos importantes no se improvisan. El mismo Cristo cuidó con detalle la preparación de la Última Cena. Sentado ya a la mesa con los Apóstoles les dijo: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer” (Lc. 22,15). En verdad, la celebración del Jueves Santo es una de las más hermosas e intensas del año litúrgico. En el Cenáculo Jesús pronunció las palabras de la institución de la Eucaristía. Y el Cenáculo es también la cuna del Sacerdocio ministerial: “Haced esto en memoria mía” (Lc. 22,19). Al decir “haced esto”, no sólo señala el acto, sino también el sujeto llamado a actuar, es decir, instituye el Sacerdocio ministerial, que pasa a ser, de este modo un servicio constitutivo de la misma Iglesia. También en el Cenáculo contemplamos que, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn. 13,1). También el evangelista recuerda un gesto de humilde servicio: el lavatorio de los pies. Por último en este contexto de entrega hasta el extremo nos deja el mandamiento nuevo: “Que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn. 13,34). 

Jueves Santo es, por tanto, el día de la Eucaristía, del Sacerdocio ministerial y del Amor fraterno. Tres regalos excepcionales que nacieron en el mismo Cenáculo y que en necesario acoger y vivir con intensidad en el camino sinodal que ha emprendido la Diócesis ourensana. La relación entre Eucaristía e Iglesia es tan profunda e íntima que ni la Eucaristía podría existir sin la Iglesia, ni puede haber Iglesia sin Eucaristía. La Eucaristía es fuente inagotable de la sinodalidad eclesial. La celebración eucarística interpela siempre por el ideal de comunión que el libro de los Hechos de los Apóstoles presenta como modelo para la Iglesia de todos los tiempos: es fuente de unidad y, a la vez, su máxima manifestación.

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