Opinión

El 24, inolvidable día

Coinciden en este domingo dos festividades entrañables. En primer lugar es la solemnidad de la Ascensión, que antiguamente era uno de los jueves que “lucía más que el sol”. Ha sido trasladada al domingo siguiente desde hace décadas en el mundo católico con algunas excepciones. La Ascensión es el triunfo definitivo de Jesús, que asciende al cielo sin dejarnos huérfanos porque va a prepararnos sitio, y además esta fiesta nos deja un cúmulo de enseñanzas muy a tener en cuenta. En primer lugar, nunca es señal de una religión “angelista”. Jesús asciende, y su modo de estar y actuar en la historia es a través de nosotros.

“¿Qué hacéis ahí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo volverá como le habéis visto alejarse”(Hc.1,1-11). Lo que Dios nos está pidiendo aquí y ahora, en este momento de nuestras vidas. El amigo resucitado de entre los muertos, que había pasado cuarenta días con ellos después de haberlo visto morir en la cruz, se iba, como ya les había dicho, terminada su misión, pero también que un día volvería… Es momento para dejar el estar ensimismados, absortos, pensativos y ponerse ¡alertas, decididos, enérgicos, firmes, valientes e intrépidos! Eso mismo nos pide Dios aquí y ahora, en este momento de pandemia. La fe nos pide mirar al cielo pero para después dar testimonio en la tierra con tantos enfermos y fallecidos y muchos pasándolo mal económicamente. La fe debe llevar al compromiso.

Y para ello la otra fiesta del día. Para cuantos con orgullo pertenecemos a la Familia Salesiana el día 24 es lo más entrañable. Ya lo decía Don Bosco cuando insistía en que “cuando María ruega todo se obtiene; nada se niega. Acudid a María Auxiliadora y sabréis lo que son milagros”. Todas las ayudas son pocas en estos momentos en los que el mundo entero lo está pasando mal con muertos por doquier que ni siquiera pueden ser acompañados al cementerio a donde les llevan con la soledad más gélida. Como nunca cuantos tenemos fe nos refugiamos en la súplica insistente a quien es Madre de Dios y madre nuestra y por ello Auxiliadora de todos como buena madre.

Es muy difícil, diría que imposible, concebir la espiritualidad fundada por el santo de Turín sin recordar el consejo que le dio su madre, Margarita, cuando le envió a estudiar y cuando observamos aquel “sueño” con aquel rebaño en un prado y la Pastora que le guiaba. Hoy, como nunca, ante esta criminal pandemia, los que tenemos fe únicamente nos resta acudir a la protección de quien puede ayudarnos. Mirando al Cielo para pedir clemencia pero luchando denodadamente en la tierra para que la paz y la normalidad vuelva a este mundo.

Dos conmemoraciones, las de hoy, que acaso pueden sugerirnos muchas cosas buenas.

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