Opinión

Del teatro a la realidad

Siguiendo en la tónica de mi artículo de la semana pasada, hay cosas que nunca debieran ni siquiera pensarse en las cámaras legislativas de cualquier país. Para eso están sus señorías allí con unas remuneraciones económicas que debieran revisarse cuanto antes. Mientras muchos españoles lo pasan mal y hacen números para llegar a fin de mes, asustan las nóminas de los parlamentarios e incluso cuando éstas se prolongan una vez dejado el escaño. Por eso es de todo punto condenable y rechazable la intervención de una diputada catalana de Esquerra cuando afirmó rotunda: “Me importa un comino la gobernabilidad de España”. 

Si me dejan opinar, les diría que de todos los despropósitos de tantos meses de incertidumbre tal vez sea esta frase la más grave. Revela que la tal diputada desconoce el lugar que ocupa. Precisamente el Parlamento, el poder legislativo, está justamente para eso, para la gobernabilidad del país. ¿Desconoce su señoría lo que es el poder legislativo y para qué está en todos los países democráticos del mundo? Simple y llanamente para promulgar leyes y para que el poder ejecutivo gobierne el país. Así de claro. Bien creo que exabruptos de este tipo debieran ser suficientes para retirarle la palabra a quienes los profieren. Porque entiendo que debiera haber también en las cámaras españolas e incluso ayuntamientos un código incluso lingüístico simplemente por educación y porque debiera darse por supuesta. Los votos del pueblo nunca facultan a quienes los reciben para campar por sus respetos como si aquel lugar sagrado fuese su erial.

Casos como este revelan que la democracia aún tiene un largo camino para ser perfecta. Cierto que “la democracia es el menos malo de los sistemas políticos” (Winston Churchill), pero al menos en esa trayectoria hacia la perfección se necesitan unos parámetros que impidan salidas de tono. Porque en definitiva están dejando mal a la institución y a los votantes que allí colocaron a estos personajes.

Tal vez las palabras del rey son una premonición. Al referirse a la investidura le dijo al nuevo presidente que este acto había sido “rápido, y sin dolor… el dolor vendrá después”. Justa premonición pues ya comenzamos a ver que, acaso como fruto de las palabras de la diputada catalana, algunos olvidan lo sustancial y con ello llega ese dolor al que alude el rey.

Sin ser socialista, una cosa tengo muy clara y es que a todos compete el colaborar en la gobernabilidad del país. Dejar que gobiernen y que el ejecutivo recientemente nombrado tenga los mayores aciertos. Ya será llegado el momento en que, si lo hacen mal, se les castigue en las urnas, o se les premie si su gobernabilidad es buena. El mundo va a seguir adelante trenzando esos mimbres para lograr que la cosa vaya adelante. Tendrán fallos pero habremos de ver que de igual manera algunos aciertos van a tener. La colaboración también del pueblo es la que hará que éstos sean más que aquellos. De nada valen ahora los lamentos después de que hayan hablado las urnas. Hacerlo es una inútil pérdida de tiempo.

Porque si miramos al variopinto hemiciclo veremos que es tanta la disparidad de criterios que el control puede ser más eficaz por parte de la oposición. Ésta tiene en sus manos el ejercitar con cordura y buen tino una oposición lejana a los lamentos pero eficaz en sus criterios. Van a llegar los presupuestos y ahí se va a comprobar la categoría de unos y los otros. El pueblo se beneficiará en la medida de que sean capaces de lograr el equilibrio y el bienestar para la gobernabilidad del país que a todas las personas sensatas les interesa. Esperemos que haya acabado el teatro de estos meses y que ahora pasemos a una pacífica realidad.

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