Opinión

Ecumenismo

El problema del Ecumenismo debiera ocupar un lugar preferente para todos los creyentes en Cristo. Las separaciones, las rupturas seculares son el verdadero escándalo para la fe. Así lo recogió certeramente el Concilio Vaticano II que, como ya hemos dicho, tenía este tema al comienzo como algo prioritario. Así lo afirma en uno de los párrafos de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium). La Iglesia de Cristo es la Iglesia católica: “Ésta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara” (Jn. 21, 17). “Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad.”( L.G. 8).

La Iglesia de Cristo es una y única. Por eso la división es un escándalo, como venimos diciendo estos domingos. Pese a ello, la Iglesia católica reconoce que los cristianos que están fuera de ella son verdaderos cristianos, es decir católicos (en sentido teológico), siempre y cuando hayan recibido válidamente el sacramento del bautismo y profesen los dogmas principales de la fe cristiana (expresados por ejemplo en el Credo Apostólico). Es evidente que el diálogo ecuménico no puede oponerse a la labor orientada hacia las conversiones individuales de otros cristianos al catolicismo El verdadero ecumenismo debe estar fundado tanto en la caridad como en la verdad. 

Los cismas y herejías que están en el origen de esas divisiones proceden de graves pecados y serios errores, por ambas partes, con enormes consecuencias históricas. Hace falta dialogar sobre las diferencias de fondo con humildad, caridad, sabiduría, fortaleza y perseverancia, sin ceder a la tentación de construir precipitadamente una falsa unidad basada en un máximo común denominador de nuestras creencias respectivas. Sería un error que una de las partes ocultase aspectos esenciales de su identidad por temor a una reacción negativa. 

En una catequesis de los miércoles, el papa Francisco recordó que “los cristianos comparten el bautismo y la Cruz”. Por esto son hermanos. El Concilio añade que el “deseo de unidad” es querido por el mismo Dios: “Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti: que ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tu me has enviado” (Jn 17, 21).

El trabajo ecuménico implica de la misma forma a los laicos y a los consagrados, cada uno de acuerdo con las facultades que le fueron dadas. En definitiva, compete a todos los bautizados. La ansiada unidad debiera ser empeño de todos cuantos nos llamamos cristianos, sin estridencias ni proselitismos fuera de lugar.

Te puede interesar