Opinión

El bien y el mal

Si soy sincero, habré de decirles que nunca he comprendido muy bien la utilización de aquel principio tomista tan utilizado por los moralistas católicos. “Bonum ex integra causa; malum ex quocumque defectu” (el bien proviene de una causa íntegra; el mal de cualquier defecto). Admito que la utilización de esta célebre frase en algunos casos es correcta, pero también se me permitirá la libertad de opinar. Es cierto que para juzgar un acto se requiere tener en cuenta la materia, el fin, las circunstancias y que basta que una de estas premisas sea mala para que el acto lo sea. Eso es perfectamente admitido por ejemplo en el caso del matrimonio, la eutanasia o el aborto por poner tres casos. E incluso algunos lo utilizan a la hora de eligir a un partido político. Pero bien creo que también habrá de tenerse en cuenta, sobre todo al observar las circunstancias, que existe igualmente el mal menor.

Y si seguimos aterrizando, y aquí entran mis dudas sobre ese principio, ¿qué institución, partido, persona o gobernante carece de defectos? todos tenemos un cúmulo de fallos. Si, por ejemplo, quisiéramos eligir a un amigo sin defecto alguno tendríamos que coger la vela y recorrer el mundo entero sin éxito. Todos metemos la pata y muchas veces. Por eso se me hace difícil admitir que es malo todo aquel que tiene un defecto. Es cierto que, en todo, el bueno debe serlo en lo esencial, porque en lo secundario es sumamente difícil la perfección total y por un defecto sería injusto calificar a cualquiera.

El Magisterio enseña que “la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral”. Pero hay que leer bien la doctrina que subraya dos aspectos: “conciencia bien formada” y “contrarias a contenidos fundamentales”. Esta es la razón por la que contenidos fundamentales son muy contados. Son aquellos que Benedicto XVI llama “principios (o valores) no negociables”: la vida, la familia, educación, libertad, justicia social… Por eso el principio de Santo Tomás se refiere más bien a principios extraordinarios.

Imaginen que juzgamos a una familia por aquellos momentos en los que en casa hay discusiones acaloradas, como existen en todos los hogares, o por las salidas de tono incontroladas que todos tenemos; crearíamos monstruos, porque hay miles de momentos agradables. ¿Cuántas cosas usted y yo hacemos a lo largo de un día cualquiera? ¡Miles! Pues de esos miles la inmensa mayoría son buenas y muchos días ni una sola mala. ¿Sería justo llamar malos por una o dos cosas malas?

En el fondo, a lo que quisiera referirme es a la comprensión que debemos tener con todos, ya sean amigos o enemigos. Se puede discutir, pero nunca llamar enemigos o descalificar a aquellos que piensan distinto o que, incluso por naturaleza, tienen algún defecto.

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