Opinión

El valor de la soledad

En la situación de cuarentena y de restricciones sociales con la reclusión en las distintas casas se ha creado una sensación de vacío en nuestras calles con los establecimientos cerrados y sin apenas contactos. Una sensación que impacta creando un ambiente poco común en nuestras ciudades y pueblos. Me impresionó un programa de TVG en el que se hacía un recorrido por ciudades, villas y pueblos totalmente vacíos, incluidas las playas y parques. Se me ocurre llamar a todo ello “la cultura de la soledad”. Al mundo actual, tiempo de avances y grandes progresos, le falta una asignatura por aprobar y es la de saber convivir con uno mismo. Sobran tantas palabras en la época en la que la comunicación lo invade todo. Palabras, frases, tantas veces vacías que encandilan momentáneamente. 

Para los creyentes, los ejemplos y las escasas palabras de Cristo desde la cruz son todo un tratado para meditar. De ahí el necesario silencio. En medio del sufrimiento cruel, al hombre sufriente en la cruz le queda tiempo para, en lapidarias frases, pronunciar su testamento. El perdón para cuantos les crucificaban, el cielo para el ladrón arrepentido, una madre para la humanidad representada en San Juan, y la salvación para el universo. 

Uno puede ser creyente, ateo, agnóstico o de cualquier religión, pero todo ello no debe condicionarnos a la hora de ver la realidad de nuestra historia. Olvidarla supone caer en la ceguera de un subjetivismo demoledor. Frente a la incoherencia de Pilato que no encuentra en él culpa alguna y, pese a ello, por refrendo “democrático”, le entrega a la muerte, está la coherencia de la historia. Ante las mofas, insultos y latigazos previos a la crucifixión, Jesús, el nazareno, guarda la más elocuente soledad.

Un cúmulo de ejemplos sobre el silencio se pueden contemplar al meditar en la Pasión de Cristo, no sólo para cuantos creemos en Él. También para esta sociedad plural, que tanto necesita de ejemplos contundentes. Porque callar de sí mismo es humildad; callar los defectos del prójimo es caridad; callar palabras inútiles es penitencia; callar a tiempo y lugar es prudencia. Y callar en el dolor, heroísmo.

Hoy es mas necesaria que nunca esa cultura cuando, en situaciones normales, vamos por las calles y escuchamos gritos por doquier. Entramos en cualquier bar, pub o discoteca y es imposible entenderse unos con otros por el ruído que allí reina. Incluso por las calles vemos a la gente como autómatas. Unos con sus pinganillos, los otros hablando a gritos por el teléfono móvil y aquellos saludándose a gritos. 

Más aún, en las celebraciones religiosas de bodas, funerales, bautizos… la gente al final se saluda a gritos e incluso para darse la paz en vez de hacerlo como está mandado (al de la derecha y al de la izquierda) algunos se alargan para saludar al del último banco. Y en el colmo de la verborrea, algunos que van a comulgar, por el pasillo del templo van saludando a diestro y siniestro.

Las celebraciones cierto que son festivas pero… ¡sin pasarse!

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