Opinión

La felicidad

En vísperas de los días felices de Navidad viene a mi memoria la ópera Werther del francés Jules Massenet (1842-1912). Hay un momento en el que el protagonista, que acaba suicidándose en su desesperación por un amor imposible con Charlotte, afirma: "Dios permite que seamos felices". Anhela la paz y la felicidad para su corazón maltrecho y acude a su fe con esa frase que, para mí, es inexacta. Me permitiría incluso decir que es falsa. Porque Dios nunca "permite", "quiere" que todos seamos felices. Nos crea para la felicidad suma, para gozar con Él y nos coloca en este mundo para que disfrutemos de su creación. Las guerras, los odios, los enfrentamientos nunca pueden ser, nunca son divinos. Son fruto de un mal uso de la libertad y acaso de un mal entendimiento de lo que es y significa el Creador. Todo esto nos lo dice el Niño que nace en Belén.

Quiere que seamos felices y para eso nos creó. Lo que ocurre es que tal vez desconocemos la manida frase agustiniana que nunca me canso de repetir: "Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti". Esta es la clave de la verdadera felicidad. Llenamos el corazón de cosas que nunca podrán hacer una infinita y por eso la angustia y zozobra de muchos como Werther. Buscamos mil felicidades efímeras y pasajeras, con vivencias transitorias y vemos a nuestro alrededor cuanta infelicidad nos rodea.

Por otra parte, el mismo Werther en otro momento pone un ejemplo muy plástico cuando afirma que un padre cuando está esperando a un hijo después de una larga ausencia y abandono, y éste llega, lo colma de abrazos y besos. Se pregunta Werther. "¿Va a ser Dios menos clemente?" En suma, el autor se ve que conocía muy bien la parábola del Hijo Pródigo, al interrogarse sobre la clemencia divina y que dice la Escritura que ese Dios es clemente, compasivo y rico en misericordia. Es esta la esencia del ser supremo que todos estamos llamados a compartir si interpretamos bien la cuarta vía tomista en la que Dios aparece como el ser perfecto, cumbre última de todos los grados ascendentes de belleza y de bondad. Una vez leí esto sobre la felicidad: "La felicidad no es una meta: es un camino. Trabaja como si no necesitaras dinero. Baila como si nadie te estuviera viendo y ama como si nunca te hubieran herido".

La felicidad sigue siendo en medio del progreso y las altas tecnologías la asignatura por actualizar. La buscamos por caminos que llevan al fracaso y la decepción y de aquí la gran cantidad de personas que merodean por este mundo con el alma en pena aun cuando tienen dinero y toda clase de placeres y comodidades. Una vez más el portal de Belén sigue siendo contundente ejemplo.

El haber entronizado en Notre Dame a la "Diosa Razón" ha conducido a bien poco; antes bien a un relativo confort, desquiciante angustia y en suma a poca felicidad. Es obvio que el camino era otro, pues por ahí los enfrentamientos y la falta de diálogo, las guerras frías o calientes, nunca consiguen saciar la sed de infinito que tiene el corazón humano de lo que habla Agustín de Hipona.

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