Opinión

Ir al grano

Mi entrañable y tan querido amigo Emilio Fernández Penín, que ocupó cargos de gran responsabilidad en entidades bancarias, es un hombre inteligente y sobre todo con sentido común y fidelidad a la amistad como nadie, a lo que le ayudan su encantadora esposa Nieves y sus tres hijos, a quienes tuve el gusto de bautizar tras presidir la boda de sus padres.

Tengo de él muchas inolvidables anécdotas. Una célebre con aquel gran hombre de inmenso corazón que fue Don Manuel Gil Atrio, nuestro profesor, que tenía afecto por Emilio. En una clase lo llama y le hace una pregunta. Penín empezó a darle vueltas al tema y hablar sin parar. Don Manuel le dijo: "Ay, ay, cíñete Penín, cíñete".

Bien creo que en el momento actual esa frase la repetiría a muchos aquel prócer de Espinoso. Porque vivimos en una época en la que el divagar, dar rodeos a los temas y perder incontables días y horas es moneda común y estilo normal. Muchas palabras, muchas elucubraciones que para nada sirven y distraen e incluso aburren al personal inmensamente. De ello ni se salva la política. Más aún, entiendo que es el sector en el que tantas veces se divaga sin sentido y se olvidan los problemas reales. Se mira a la galería, a las urnas y a los votos, postergando lo sustancial. Se va al interés partidario y a lo llamado "políticamente correcto", y lejos de resolver la situación se agranda el desencanto crea decepción y espectáculo que conduce al abstencionismo.

Porque en esto de los pactos es muy grave contemplar la falta de generosidad, el raquitismo mental y el olvido del bien común y del bienestar general. Se postergan en aras del protagonismo personal y el afán de mando que muchos poseen y eso es malo para la sociedad, mina la sana democracia y conduce al caos general.

Cuando contemplamos como llegan al sillón algunos y los votos que les llevan a lucirse con el bastón en la mano, da verdadera pena. Se menosprecian ideologías, se sepultan promesas con tal de llegar al gobierno. Tristísimo panorama que padecemos y que en suma es contrario, muchas veces, a mayorías en los comicios que se orillan con componendas en las que se mezcla el agua y el aceite, la naranja y el limón, el azúcar y la sal. Y así salen condimentos intragables por mucho que sumen. Se mezcla la traición y la incoherencia y se olvida la fidelidad a los principios y la honradez, y nada digamos de la generosidad y altura de miras.

Recuerdo a un célebre alcalde de esta provincia, siempre con mayorías absolutas, a quien ofrecieron el oro y el moro para que se afiliase a otro partido ideológicamente afín y que se negó, dejando incluso la alcaldía y pasando al anonimato. ¿Cuántos antaño de Coalición Galega hicieron eso? ¿Cuántos, hoy en la izquierda, fueron al funeral de Franco llorando? Conozco a más de uno. La fidelidad, lo hemos dicho mil veces, es moneda que escasea. Y todo esto porque se olvida el consejo que Don Manuel. Es necesario ser muy claros, saber resumir y ceñirse a lo esencial. Divagar, si se tiene facilidad de palabra y mediana cultura, es más o menos fácil. Ir al grano, a lo sustancial y positivo, al bien común, es sumamente complicado.

Tal vez algunos, llegado a este punto, me digan que estoy cayendo en una contradicción. Lejos de eso. Una cosa es ponerse de acuerdo en lo sustancial y mirando al bien común y otra diferente es vender el voto a quien sea con tal de estar en el poder. Son cosas distintas. Ceñirse a las líneas generales, a los contenidos y a la buena marcha del país es lo que debe unir. Lo otro es perder el tiempo, divagar y en definitiva paralizar la marcha de la sociedad.

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