Opinión

La cizaña

En la convivencia diaria, y sobre todo en círculos o lugares pequeños, existe algunas veces un pecado que considero de suma gravedad: es la cizaña. Como si algunos gozasen del mal ajeno que promueven y divulgan con calumnias a veces muy graves frutos de las murmuraciones que surgen en esos círculos. Es de personas nobles valorar siempre lo positivo de los demás, suelo decir siempre cuando alguien viene con cizaña resaltando los defectos el prójimo, un dato a tener en cuenta. 

Le pregunto: ¿usted a qué hora se levanta? Me responde que a las ocho de la mañana. ¿Y a qué hora se acuesta? Sin dudarlo me dice que a medianoche. Pues bien. Tome nota de las cosas que hace en todo el día: ¿ochenta, cien, cincuenta? Pues haga un examen y verá que la inmensa mayoría de las cosas que hace son buenas o muy buenas e incluso hay días que ninguna mala. ¿Por qué se fija en las tres o cuatro que a lo mejor ese día fueron menos buenas? ¡Piense en las buenas suyas y en las de los demás! Así construiríamos una sociedad más habitable, una convivencia más agradable.

Cuando el Evangelio habla del tema está haciendo una llamada sobre la tentación y el riesgo que a veces cometemos al pretender hacernos jueces de los demás. Precisamente la actitud de Cristo ante el pecado va siempre aneja a la misericordia, la comprensión y el perdón. Recordemos el caso de la mujer adúltera a la que aquellos vecinos querían apedrear. La respuesta fue muy clara: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. ¿Nadie te ha condenado, mujer, yo tampoco te condeno, vete en paz y no peques más”. Es uno de los ejemplos contundentes del Evangelio. Dios es clemente y misericordioso, ¿en qué nos basamos para hacer lo contrario?

Las personas que se dedican a la cizaña, por su parte, tampoco quedan muy felices internamente porque el mismo golpe que damos es proporcional al que recibimos según una ley física. Por eso todos conocemos casos en los que la convivencia se rompe precisamente por la cizaña. Incluso matrimonios que acaban rompiéndose porque en vez de tratar de poner paz sembramos cizaña que corroe la convivencia matrimonial y algunas veces acaba en el divorcio.

Ya el Libro de la Sabiduría nos recuerda que Dios concede el arrepentimiento a los pecadores. Este es el camino para una sociedad y para las mismas familias si queremos la verdadera paz. Lo demás es la siembra de irreparables divisiones, rupturas e incluso la triste violencia de género desgraciadamente tan en moda.

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