Opinión

La confesión

De una cosa estoy plenamente satisfecho, y se trata de que he conseguido desmitificar el sacramento de la confesión a mis alumnos, que lo toman como una cosa normal aprovechando los recreos para confesarse. Me alegra inmensamente. Porque con los vientos que corren parece que estas prácticas han pasado al último lugar. A lo sumo, para la 1ª Comunión o la Confirmación. Y me alegra porque como siempre, los jóvenes después de confesarse están mucho más alegres y felices, y así me lo hacían saber los 44 que acaban de confirmarse en la Colonia española en el Patriarcado de Lisboa. Estaban dichosos alrededor del obispo auxiliar de Lisboa, que les confirmó con todas las cautelas por la pandemia. Las siguieron a rajatabla gracias también a un excelente grupo de catequistas de bachillerato.

Recientemente, el Vaticano ha advertido de que los jóvenes católicos cada vez se confiesan menos porque, dice: “Hay una atmósfera amoral en la que se ha eliminado la frontera entre el bien y el mal”. El mismo papa Francisco ha dejado ideas fundamentales sobre este tema: “Ir a confesarse no es ir a la tintorería para que te quiten una mancha. Confesarse no es ir a una sesión de psiquiatría ni a una sala de tortura. La culpa más grande de hoy es no sentirse pecadores y no sentir la necesidad de volver a Dios”. 

La Sagrada Penitenciaría Apostólica ha alertado de que “en muchos países europeos son pocos los fieles que participan con frecuencia del sacramento de la confesión y el motivo principal es la expansión, sobre todo entre los jóvenes, de la pérdida del sentido del pecado”. Y la causa principal de tal pérdida hay que buscarla fundamentalmente en la salida de Dios del horizonte cultural moderno. Muchas personas no ponen a Dios en el centro de la vida, con una anulación de toda responsabilidad moral y ética en la que todo es lícito y está permitido, y en la que se preconiza la opinión propia como "la única verdad”.

Ya Pío XII, en la década de los años cincuenta, resaltaba que el gran pecado del mundo de su tiempo (y ahora más) es la pérdida del sentido de pecado. Hay una atmósfera amoral en la que se ha eliminado la frontera entre vicio y virtud, entre el bien y el mal. Y para ello algunos aluden a “su conciencia” olvidando que sí debe actuarse en conciencia, pero con “una conciencia bien formada”. Es interesante lo que dice el papa aludiendo a que ni es tortura ni sesión de psiquiatría. Tal vez es esto lo que se debiera resaltar y hacer llegar a los penitentes

En la medida en la que desmitifiquemos este sacramento, la gente se confesará más. Lo tengo muy claro. Hacer saber al penitente que es una ocasión para la paz, la alegría y el consuelo espiritual, para recobrar amistades, ejercitar el perdón y considerarnos verdaderos hermanos. Nunca el sacerdote está para recriminar o reñir al penitente y sí para devolverle la paz y sosiego que todos necesitamos. Precisamente hoy se celebra al patrón de los científicos y profesor de Santo Tomás. Supo como pocos combinar la razón y la fe después de escribir de las más diversas disciplinas lo que transmitió al santo de Aquino.

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