Opinión

La Francia laica

Decía el presidente Charles de Gaulle en 1959, y lo transcribo en francés para evitar manipular sus palabras: “Essayez d´intégrer de l´huile et du vinaigre. Agitez la bouteille. Au bout d’un moment, ils se sépareront de nouveau. Les musulmans sont des musulmans, les français sont des français. Si nous faisions l´intégration, mon village ne s´appellerait plus Colombey-les-deux-Eglises, mais Colombey-les-deux-Mosquées” (Entretetien avec Alain Peyrefitre du 5 mars 1959).

La figura de la “doncella de Orleans” identificaba la nación francesa con el cristianismo que se toleraba sin problemas. Únicamente el testimonio de un episodio de denuncias de los mártires de Lyon (el primer obispo, y otros 18 muertos en prisión y 22 decapitados). Los cristianos se reunían en la clandestinidad y Gregorio de Tours narra la leyenda de los “siete apóstoles de la Galia” que, en la persecución de Decio (ca. 250), fueron enviados por los obispos de Roma. 

Francia es un Estado laico. Al ser derrotados los musulmanes en Poitiers (10/10/732), por Carlos Martel, quedaron limitados a la Península. De triunfar los musulmanes, tenían todo el continente. Representa el final del avance de los ejércitos islámicos en Europa occidental. 

La laicidad es un resultado de la separación entre el Estado y las religiones. El Estado es neutro desde un punto de vista religioso y se le prohíbe cualquier injerencia en la vida de las distintas religiones. De forma recíproca, la pertenencia a alguna religión de los funcionarios prohibe interferir en los servicios públicos. La laicidad es la condición para que existan todas las opciones con la libertad que permite el respeto de las elecciones personales más íntimas.

El cristianismo goza de una fuerte tradición, comenzando en el siglo II con papel preponderante de la Iglesia católica durante toda la Edad Media a partir de la conversión de Clodoveo; manteniéndose durante la Edad Moderna, y enfrentándose a la descristianización en la Contemporánea tras la Revolución Francesa. 

Hilario de Poitiers fue el gran defensor de la ortodoxia frente al arrianismo del siglo III al IV, los cristianos salieron de la clandestinidad y Martín de Tours introdujo el monacato en el siglo IV. Clodoveo simbolizó la conversión al catolicismo, y la expansión y origen de la monarquía sagrada llamada “la hija mayor de la Iglesia”.

En el siglo VII, para el papa Esteban II fue Pipino el Breve un protector contra los lombardos, consagrándole en 754, lo que significó la ruptura de los vínculos entre Roma y Bizancio. Desde entonces, tras la Coronación de Carlomagno en la Navidad del 800, la historia de la cristiandad occidental va unida al Imperio Carolingio y los reyes tomaron parte en las Cruzadas y en la Reconquista española. Siendo los benedictinos colaboradores con los papas en los siglos X y XI. En la Sorbona estuvieron importantes intelectuales europeos de entonces: Alberto Magno, Bacon, Tomás de Aquino, Lulio, Scoto y Guillermo de Occam. 

La religión más extendida es el cristianismo, con un 70,19% de personas que la profesan. El 52 % de la población es católica (frente al 80 % de 15 años antes); ateos, 30 % (frente al 23 % en la misma encuesta); musulmanes, 6 %; protestantes, 6 %; judíos, 1,5 %; budistas, 1 %; ortodoxos, 2 %; otras, 1 %. Existen 99 circunscripciones eclesiásticas, 16.553 parroquias y 674 centros pastorales con casi 50.000 iglesias en el territorio francés. En París hay ¡200 iglesias!

Con todo, hoy Francia es reconocida como uno de los países menos religiosos del mundo. La influencia religiosa sufrió un retroceso, sin ser Francia la excepción, a partir de la segunda mitad del siglo XX, sin embargo la fe católica ha logrado mantenerse pese al aumento de musulmanes, evangélicos y judíos. Un estado laico, nunca laicista, que es diferente, tiene la libertad religiosa como un derecho constitucional. Tras la Revolución de 1789, fue el primer país en secularizarse, sin embargo a lo largo del siglo XIX la Iglesia logró mantener su posición e influencia en la sociedad francesa. 

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