Opinión

La paciencia

Tal vez sea necesario, hoy más que nunca, recordar aquello que antaño sabíamos de memoria y que hoy parece olvidado porque acaso algunos se dedican más a poner películas que a dar contenidos. Cierto personaje, ante la enseñanza telemática que ahora tenemos, me aconsejaba que yo a los alumnos les mandase que viesen algún filme. ¡Tremendo error que hasta me enfadó! A mis alumnos trato de darles contenidos y ¡nunca! películas o el “recorta y pega”. Sí les he propuesto, además de los contenidos, que me hiciesen un resumen cada curso para la segunda evaluación de la vida de un santo: Carlo Acutis, Domingo Savio, los Pastorinhos de Fátima, san Antonio de Lisboa, san Martín de Dume… Pero eso como complemento y para que aprovechasen la cuarentena, en vez de entretenerse con series o en internet.

Pues bien, me gustaría hablar de la paciencia. Tenemos que recordar, como digo los pecados capitales y las virtudes contrarias. Contra la soberbia, humildad; frente a la avaricia, generosidad; ante la lujuria, castidad; en vez de la ira, paciencia; en contra de la gula, templanza; la caridad, en lugar de la envidia, y la diligencia para postergar la pereza. El programa es muy certero y todas esas virtudes serían ideales en este tiempo de pandemia.

Pero fijándonos en la paciencia, es una virtud de suma actualidad que debiera, tiene, que impregnar nuestras vidas de cuarentena y tantas necesarias y oportunas restricciones. Porque reconocerán conmigo que es necesario ejercitar esa virtud ya sea con la reflexión, la lectura y sobre todo la comprensión cuando en casa vive la familia angustiada y muchas veces con un negro futuro. Una situación que pone los nervios a tope ante la desesperación de los hijos, las desavenencias añadidas de los esposos y la incomprensión ante las rarezas de algunos abuelos que entre el miedo y la desolación viven en una incertidumbre tremenda. Ya son muchos los confinados en una habitación de la casa a los que hay que llevarles incluso allí la comida porque el coronavirus les impide una convivencia normal.

Ante una situación anómala, cuando muchos incluso tienen que cerrar sus negocios y viven inciertos ante su futuro económico, la solución, tristemente, pasa por ejercitar la paciencia, controlar los nervios e ir acomodándose a una situación que desconocemos su final. ¡La santa paciencia! por mucho que sea una solución difícil de aceptar, es la solución de cara a un futuro incierto a todos los niveles. A nada conduce la ira, que sería justo el ingrediente peor para nuestras convivencias.

Me dirán que estoy siendo utópico, pero pocas soluciones nos quedan más que esto para comprender a los hijos, ayudar a los abuelos y sobre todo afianzar las uniones matrimoniales. Lo contrario conduce a muchas rupturas y desgracias que todos lamentamos.

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