Opinión

La profunda causa

Creo que el tema del Ecumenismo es suficientemente importante como para que le dediquemos varios domingos. Soy de los que opinan que todos saben llegar a un cargo pero el renunciar, marcharse y callar sin poner palos en las ruedas de su sucesor, cuando menos es discutible. Suele decirse que el peor enemigo es el que está dentro de nuestro engranaje. La cuña del mismo palo es la peor. Por eso, y siguiendo con el tema de los domingos pasados, creo que una de las causas de las divisiones que comentábamos radica en las críticas de los de dentro más que las que llegan de otros lares. Saber callar y dejar trabajar es algo fundamental y la mejor colaboración.

En el tema ecuménico está en primer lugar la cuestión de Oriente, donde existen “muchas Iglesias particulares o locales, de las cuales las de primer rango son las Iglesias patriarcales”. El decreto conciliar recuerda que la Iglesia latina se apoya en gran medida en las riquezas de la Iglesia de Oriente, en materia de liturgia, de la tradición espiritual y del derecho. El desarrollo de los monasterios en Occidente viene de Oriente, por ejemplo. Del mismo modo, los orientales profesan a María una devoción admirable. Y fue precisamente en Oriente donde se celebró el Concilio Ecuménico de Éfeso que la proclama como la “Santísima Madre de Dios” (“Theotokos”).

La búsqueda de la unidad con las Iglesias de Oriente llegará mediante la comprensión de su historia particular. Y esta última comienza en los primeros años del cristianismo. Por lo tanto, “la herencia transmitida por los apóstoles fue recibida de diferentes maneras, y ya desde los orígenes mismos de la Iglesia se ha explicado de diferentes formas según la diversidad de la cultura y de las condiciones de vida”. Esta diversidad contribuye a su belleza y es una gran ayuda para el cumplimiento de su misión.

Viene a continuación la cuestión de Occidente a final de la Edad Media. Presentan grandes divergencias con la Iglesia católica en términos de “interpretación de la verdad revelada” y de magisterio apostólico. Estas iglesias y comunidades tienen en cambio una gran devoción a las Sagradas Escrituras. En este tema, el Concilio, en el decreto la “Unitatis Redintegratio”, se expresa en estos términos. Acaso a esta parte de cristianos les cuesta integrar las consecuencias morales del Evangelio.

Como vemos, el esfuerzo común sería la tónica que debiera conducir a la unidad tan deseada por el mismo Evangelio.

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